¿Cuál es el primer paso para amar al otro?
Usualmente damos por supuesto que todos merecemos ser amados y pasamos buen tramo de nuestra vida buscando amar y ser amados.
Sin embargo, ¿has pensado si sabes amar, o si solo sigues lo que el mundo te dice que es “amor”? De tu respuesta depende el futuro de tu matrimonio y de tu familia.
En estos días observaba a las personas a mi alrededor: a las personas cercanas a mí, a las personas en la calle, en los parques, en las cafeterías, en los centros comerciales, en el trabajo…
El común denominador:
En todos ellos descubría un común denominador: muchas de las personas reflejaban una tristeza profunda, incluso con enojo, con frustración, con la mirada perdida.
Llegando a casa prendí el televisor y –¡vaya noticia con la que me encontré!– los divorcios van en aumento porque se vive violencia familiar, porque la infidelidad está a la orden del día.
Sentada frente al televisor quería comprender por qué todos estos fenómenos se están viviendo actualmente, pues coincidió con que, en una reunión de padres de familia que tuve hace unas semanas, la profesora de mi hija nos comentaba que los problemas de aprendizaje que padecían algunos de los niños era causado por los procesos de divorcios que estaban atravesando los padres.
Esto es preocupante pues esos pequeños (que a lo mucho tienen 4 años) estaban viviendo una situación que les cambiaría la vida.
En eso, recordé una cita de la Biblia que me hacía comprender muchas cosas:
“Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy” (1 Cor 13,1-2).
Al recordar esta cita venían a mi mente esos rostros, esas pláticas con amigos y algunos conocidos donde te cuentan que la vida ya no tiene sentido.
¡Pues claro!, si no me siento amado/amada me vivo en la tristeza y desesperanza, me vivo esperando que los demás me amen…, pero ¿y yo qué hago?
¿Simplemente me quedo esperando ser amado, o intento amar? Pero, ¿desde dónde amo?, ¿desde lo que entiendo que es amar? ¿Un amor romántico que da cuando recibe?
¿Un amor de conveniencia o un amor de apariencia?
De esos que se ven en las redes sociales, que se la pasan súper bien pero que no son reales? ¿O intento amar desde el amor de Dios, que es ese amor de entrega ese amor que lo da todo sin esperar nada a cambio?
Vaya conflicto que viví al cuestionarme cómo estoy amando: ¿desde mis fuerzas o, como dice en Mateo 22,37-39: «Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento.
El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»? ¡Chispas! ¿Cómo me estoy amando? ¿Cómo estoy cuidando mi salud? ¿Cómo amo mi vida? ¿Procuro alimentarme sanamente?
¿Hago ejercicio? Cuando en las mañanas me miro en el espejo, ¿me gusta lo que veo? ¿Cuido mi vida espiritual? ¿Amo ser esposa, ser madre? ¿Lo disfruto o he dejado de disfrutar mi vida?
Como dice San Pablo: “Si no tengo amor –y en este caso podríamos decir “si no me amo”– “nada soy”, nada puedo.
Si yo no me sé amar, no puedo valorar la vida de los que me rodean y puedo ser la causa por la que mi matrimonio se rompa y que mi familia se destruya (tal vez sin darme cuenta) al exigir que me amen y solo cruzarme de brazos, pensando que yo sí estoy amando.
Pero si ni siquiera sé amarme yo, ¿cómo voy a amar a alguien más? Damos por hecho que nos amamos (“¿cómo no me voy a amar?” sería nuestra primera reacción al leer estas palabras), pero solo basta ver cómo nos sentimos, cómo estamos, para ver cuánto amor tenemos por nosotros.
Te invito a hacer un ejercicio:
Revisa tu día. ¿Te descalificas constantemente? ¿Te comparas? ¿Te sientes ofendido por todo? ¿Intimidado? ¿Juzgado? Si has respondido que sí al menos a dos cosas, te tengo noticias preocupantes.
Nos sentimos frustrados porque nuestras metas no se cumplen o porque lo que hacemos no nos sale como quisiéramos, y asumimos que es por nuestra culpa, pues amarnos implica ser pacientes con nosotros mismos.
El amor que tenemos es la medida del amor que damos a los demás.
Si no amo, es posible que mi amor siga las corrientes de lo que los demás dicen que es amar:
• Tener una vida sexual súper activa.
• Sentirme consentido y que me cumplan todos mis caprichos.
• Ser atendido en el momento en que yo lo necesito.
• Que respeten mi tiempo, mi espacio y mis cosas.
• Ser aceptado tal cual soy porque no voy a cambiar.
¡Qué triste! Vivir así es vivir con un amor tan pobre, tan superficial (“te amo si me amas”, “te amo si me das”, “te amo si me sirves/mientras cumplas mis expectativas”), que nos vuelve egoístas e indiferentes hasta de lo que le ocurre a nuestros prójimos más cercanos: nuestra familia, perdiendo poco a poco el calor de hogar hasta transformarlo en un hotel.
Vivir así, conviviendo solamente en la hora de la comida, hace que seamos ciegos a los problemas de los demás, y nos damos cuenta de lo mal que pueden estar cuando lamentablemente ha ocurrido algún suicidio, algún caso de drogas, alcohol, pornografía, o incluso de adicción a las redes sociales, todo lo cual nos dejan muertos en vida.
Esto me llevaba a mirar la relación con mi esposo y a reconocer que muchas veces me cuesta amarlo de verdad:
Me cuesta amar cuando:
Me siento cansada, siento que merezco ser reconocida, quisiera que él me ame de la manera que yo espero, no cumple mis expectativas me niego a amarlo, pero creo que en el fondo es porque ni siquiera soy capaz de tener paciencia y amor por mí misma.
Mi esposo y yo:
Soy una persona que le gusta hacer todo rápido, lo que provocó una de las primeras discusiones que tuve con mi esposo en los primeros meses de casados: él tardaba muchísimo tiempo lavando los trastos, lo que me hacía enojarme con él porque creía que, si yo podía hacerlo rápido, él también.
Reconozco que me gusta tener todo bajo control y cuando pierdo ese control es fácil explotar con mi esposo, y eso sucede especialmente cuando estoy alejada de Dios y no oro: me he dado cuenta que en esos instantes no me amo, y que no amarme me facilita maltratar a mi prójimo.
Sin embargo, puedo reconocer que, desde hace cierto tiempo Jesús ha estado trabajando en mi vida y me ha mostrado (mediante la oración) cómo amarme para poder amar a mi esposo. Gabriel García Márquez lo dice de esta manera:
“’El hecho de que alguien no te ame como tú quieras, no significa que no te ame con todo su ser”
Al comprender esto, puedo entonces dejar de condicionar mi amor y esperar algo, sino que yo debo amar y practicar cada día ese amar a mi prójimo, comenzando con mi esposo y mis hijos.
¿Saben qué paso con los trastos? Mi esposo los sigue lavando porque comprendí que, en realidad, no importa el tiempo que se tarde, sino que por amor a mí lo hace.
Mientras se dedica a tallarlos, pongo la música que le gusta para que disfrute su quehacer y, así, tengo un gesto de afecto con él respetando sus tiempos, comportándome con empatía.
La empatía
Es un valor que se nos inculca desde la Biblia pues es el testimonio más fuerte de nuestra fe, como nos lo advierte San Juan: “Pues el amor a nuestros hermanos es para nosotros el signo de que hemos pasado de la muerte a la vida” (1 Jn 3,14).
Esa muerte la podemos palpar hoy en día en tantos divorcios, en tantos hijos que viven la ausencia de sus padres, en tanta ansiedad, en tantos corazones deprimidos que vagan por las calles: en esos rostros que les comentaba al principio de estas líneas.
Touché! No puedo amar porque no me dejo amar por Dios: porque, si ni siquiera me amo, ¿cómo voy a amar a los demás?
Dios nos invita a AMAR, así, con mayúsculas; a amar sin cansarnos, desde la experiencia de sabernos tan amados que Jesús ya ha dado su vida por nosotros (por ti, por mí) en un amor extremo y sin límites ni condicionantes.
Si aún no te experimentas así de amado(a), busca a quien sabe amar de verdad. Jesús nos invita a amar primero a Dios y, desde ese amor, amarnos; eso que deseo para mí, se vuelva un querer para los demás. Quiero ser feliz, y que tanto mi esposo como mis hijos sean felices.
Quiero sentirme amada y que mi esposo se sienta amado y mis hijos se sientan amados.
Y tú, ¿qué es lo que sueñas para tu familia? ¿Cuál es ese anhelo profundo de tu corazón? ¿Qué deseas para tu descendencia?
Hoy te invito a contemplar tu interior y ver cómo te estás amando, y en esta revisión sé muy sincero(a) para que puedas descubrir por qué me siento vacío(a), por qué no le encuentro sentido a la vida.
¿Acaso he sacado a Dios de mi vida? ¿Cómo estoy amando a mi familia: desde mis criterios o desde los de Dios?
Si son mis criterios los que me dicen cómo debo amar, pidámosle a Dios que nos forme, como dice la canción de Emmanuel “Enséñame”.
Les recomiendo que busquen la canción si no han escuchado. Escúchenla desde una lectura espiritual: pedirle a Jesús que nos enseñe a amar, reconociendo que muchas veces no sabemos cómo hacerlo.
Para reconocer en nosotros ese amor que nos lleva a amar a los otros y a desearle lo mejor, pues mi calidad de amor se refleja en mi amor hacia mi prójimo (mi familia, que es mi prójimo más cercano), y evidentemente se reflejará en la sociedad:
Nos quejamos por lo común de vivir en un mundo violento e indiferente, pero creo que la solución está en casa, si trabajamos cada uno desde lo que nos toca, desde donde nos compete y podemos modificar, y amar a los demás como nos amamos a nosotros.
ORACIÓN
Señor Jesús: te pido que me regales un corazón humilde para poder reconocer cómo me estoy amando, para poder reconocer de dónde estoy alimentando el amor que le doy a las personas que me rodean: si desde mis pobres fuerzas o desde tu gran amor.
Ayúdame a reconocerte como la verdadera fuente del amor, la que nunca se agota, y enséñame cada día a sentirme muy amado(a) por ti.
Que pueda reconocer y sentirme abrazado(a) por tu amor y que sea capaz de llevar ese amor a las personas que me has confiado (mi esposo/a, mis hijos), a poder amarlos sin esperar nada a cambio.
Y no mendigar tu amor, cuando tú quieres darme ese amor a manos llenas. Permíteme, Señor Jesús, llevar ese amor a las personas que me rodean y que se sienten perdidas, que te buscan desesperados y que solo encuentran rechazo.
Señor, no permitas que maltrate a mi prójimo, que me vuelva motivo de ruptura de la sociedad por mi egoísmo y por no saber amarme: Te pido perdón por esas veces en que no me he amado, en que no he amado mi vida ni a mi prójimo.
Concédeme la gracia de reconocer tu amor, y los detalles que tienes conmigo en el día a día. Me pongo en tus manos como barro en manos del alfarero para que puedas moldear en mí el amor con que deseas que ame.
Amén.
Te invitamos a dejar tus intenciones en nuestra sección Pide y haz oración. Unidos en familia oramos juntos por nuestras necesidades.
Si como pareja, están viviendo alguna situación que se ha tornado muy complicada o difícil, y no sabes cómo abordarla o trabajarla, recuerda que cuentas con profesionales Psicólogos Católicos que los pueden acompañar en éste proceso.
Para seguir profundizando y orando el significado del verdadero amor, da click en ésta liga: 1a Carta a los Corintios 13, 1-13
Gisela Domínguez.