¿Qué es una emoción?
Lo primero que me gustaría abordar al hablar de ansiedad, es el hecho de que no necesariamente estamos hablando de algo que es negativo, que afecta a las personas, como generalmente se piensa.
Por el contrario, la ansiedad puede ser de utilidad para los seres humanos, ya que es una emoción, y como tal, es normal que cualquiera, incluyendo los niños, la pueda experimentar.
Para poder entonces comprender qué es la ansiedad, es necesario hablar de las emociones.
Una emoción, es una reacción psicofisiológica que se presenta como respuesta ante determinados estímulos o conjunto de ellos, y que afecta o modifica el comportamiento.
Decimos que es psicofisiológica, ya que si bien hay una reacción a nivel psicológico, también va acompañada de una respuesta somática.
Por ejemplo, en el enojo suele haber tensión muscular, elevación de la temperatura corporal, respiración más rápida, los movimientos tienden a ser más rápidos y con mayor fuerza de la habitual.
En el miedo, que es el componente básico de la ansiedad, se presenta aceleración del ritmo cardiaco y de la respiración, dilatación de pupilas, malestar estomacal, por poner algunos ejemplos.
Las emociones, además, suelen ser intensas y relativamente breves, a diferencia de los sentimientos que tienden a ser menos intensos, pero, en contraparte, son más estables y duraderos en el tiempo.
También es importante conocer que los diferentes estudiosos del tema hablan de la existencia de emociones primarias.
Haciendo una analogía, sería como los colores primarios que son la base de todos los demás, y que a partir de las combinaciones que hacemos con ellos, se produce una gama infinita de colores.
De igual forma, existen emociones básicas, y si bien hay algunas discrepancias entre los estudiosos, sobre cuáles son estas emociones, ya que algunos hablan de 5, 6, 7, otros de 8 y algunos más de 12 emociones básicas.
Todos coinciden en que hay emociones primarias, aquí mencionaremos como emociones básicas la alegría, miedo, enojo, tristeza, sorpresa y asco, a partir de las cuales y de sus diferentes combinaciones.
Pueden surgir otras llamadas secundarias que a su vez pueden mezclarse nuevamente entre ellas mismas o con las primarias y dar origen a nuevas emociones.
¿Cuál es la función de las emociones?
En ocasiones, pensamos que hay emociones buenas o positivas como la alegría, la esperanza, la confianza y otras negativas como el enojo, la tristeza o justamente la ansiedad.
Como si el experimentarlas fuera malo, indeseable y la persona tuviera que esforzarse constantemente para no experimentar esas emociones.
Y esto lo tenemos tan arraigado en nuestra cultura, que ni siquiera nos percatamos de ello, como cuando decimos, los hombres no tienen miedo o los hombres no lloran.
Como poniendo una prohibición a experimentar ciertas emociones, que como veremos más adelante, son fundamentales en la vida humana.
Lo importante aquí, es comprender que más que hablar de emociones buenas o malas, deberíamos referirnos a emociones agradables o displacenteras, ya que las emociones, en sí mismas, son de utilidad.
Ya que tienen una función adaptativa, es decir, nos permiten adaptarnos, ajustarnos, a un determinado contexto o situación y actuar en consecuencia.
De hecho, la palabra emoción viene del latín “emovere”, que significa impulso que induce a la acción.
Por ejemplo, el enojo me da la fuerza necesaria para detener o cambiar una situación que considero incorrecta y/o injusta.
El miedo, en cambio, me lleva a protegerme de un peligro, de igual forma la ansiedad tiene una función adaptativa.
Así que, aunque no se siente de forma agradable, le permite a quien la experimenta, prepararse para afrontar una situación futura que podría llegar a representarle un riesgo.
Así que todos en algún momento hemos experimentado ansiedad, eso es normal y de alguna manera útil.
Un breve paréntesis:
El hecho de que experimentar una emoción sea normal, natural, útil, funcional, no significa que las acciones que realizo en consecuencia también lo sean.
Es decir, yo puedo experimentar enojo porque siento que mis derechos están siendo vulnerados, que me están haciendo una injusticia, etc. y hasta ahí estamos bien.
Sin embargo, la forma en que gestiono esa emoción, el cómo reacciono cuando experimento esa emoción, es diferente.
Porque puede ser que yo me enoje y aviente todo, que insulte, golpee a las personas.
Y eso tiene que ver no con el enojo, sino con la forma en que lo gestiono o que lo manejo para buscar poner un alto a la situación que me provoca enojo.
No sé si estoy siendo clara, pero la pregunta sería ¿Por qué si dos personas sufren, por decir algo, la misma injusticia, una trata de “arreglar” el problema a golpes, mientras que la otra va y pone una queja?
El problema no fue entonces la emoción, porque si eso fuera, ambas habrían actuado de la misma manera, la situación está en cómo he aprendido a “solucionar” ese tipo de problemas y cómo responder a mis emociones.
De la misma manera, el problema no es experimentar ansiedad, sino en que la respuesta que doy a los estímulos que la detonan.
En lugar de ayudarme a enfrentar el problema, me generan un conflicto mayor y en breve ahondaremos en ello.
Sólo que en este momento quiero sentar las bases para que podamos entender todo lo necesario para posteriormente comprender la ansiedad infantil.
¿Cómo se genera una emoción?
Otro aspecto importantísimo para comprender los problemas de ansiedad es el entender cómo surgen las emociones.
Cuando yo recibo un estímulo, sea visual, auditivo, kinestésico, es decir, algo que siento, yo tengo que hacer un trabajo de interpretación, darle un significado a eso.
Muchos estímulos, digamos que son considerados insignificantes y pasan, por así decir, inadvertidos.
Pero cuando un estímulo es clasificado como relevante, la persona lo interpreta, esa interpretación consiste en el significado que le doy, y dependiendo de ese significado, va a surgir una emoción, que a su vez, como ya dijimos, me va a llevar a la acción, a actuar, a responder.
Por ejemplo, si estoy con un amigo y le digo que tengo hambre y saca una manzana, la parte a la mitad y me ofrece una.
Puedo pensar que es un gran amigo porque comparte su comida conmigo y puedo entonces sentirme feliz porque tengo un gran amigo.
Pero también puedo pensar que es un envidioso, que no es capaz ni siquiera de regalarme una manzana completa a pesar de que le comenté que tenía hambre y que ese tipo de amigos para que los quiero.
El estímulo, el hecho objetivo es que me dio media manzana, pero la forma de interpretar esa realidad, el significado que le doy, depende de mis pensamientos.
Y éstos van a estar influidos por experiencias previas, por la forma en que aprendí a interpretar la realidad a partir de cómo lo hacían los adultos significativos de mi infancia y que generalmente son papá y mamá y/o adultos muy cercanos e importantes para mí.
Así que como se darán cuenta, la emoción es un punto intermedio entre los pensamientos y la acción.
Espero que esto haya quedado claro porque en seguida veremos que los problemas de ansiedad tienen mucho que ver con estos dos componentes: Cómo interpreto mi realidad, es decir mis pensamientos y cómo reacciono.
Cabe señalar que este mecanismo de cómo se genera una emoción, es idéntico para niños y adultos.
¿Qué es la ansiedad?
Ahora sí, hablemos únicamente de la ansiedad ¿Qué es la ansiedad? Esa palabrita que cada vez es más común en nuestra vida y que de pronto pareciera que se puso de moda en la sociedad actual.
La ansiedad es una emoción que surge de la combinación del miedo con la anticipación, la emoción básica de la ansiedad es el miedo, el cual se presenta ante amenazas inminentes, ya sean reales o imaginarias.
Así que lo que distingue a la ansiedad y la hace diferente del miedo, es que es una reacción anticipada a una amenaza futura, por lo que ni siquiera se tiene la seguridad de que la situación a la que se le teme vaya a ser real.
Pongamos algunos ejemplos para que quede claro:
Cuando un niño no se quiere ir a dormir porque teme al monstruo que va a salir debajo de su cama, hablamos de miedo.
Porque se está enfrentando en el momento presente a algo que considera peligroso para él, como es la obscuridad o las sombras que se proyectan en ella, o el monstruo que no existe.
Pero del que él está convencido que es real y que va a hacerle daño, por lo que el riesgo, desde su percepción, es inminente.
La ansiedad, en cambio, la podemos ver en un niño que no quiere entrar a la escuela porque piensa, teme, que su madre no lo va a ir a recoger a la salida.
Y que vivirá el resto de sus días en un orfanato porque sus padres lo van a abandonar para siempre, en este caso también hay miedo.
Pero el temor es a algo futuro, el riesgo no es inminente, pero el niño cree que es posible que ocurra y lo vive como algo real.
Otro ejemplo sería el niño que ve un animal y corre a esconderse atrás de su mamá porque el animal le parece peligroso.
Hablamos de miedo, a diferencia del pequeño que teme pronunciar mal una palabra porque sus compañeros se van a reír de él en la escuela.
Aunque es capaz de expresarse correctamente, y es tanto su temor, que cuando tiene que hablar comienza a tartamudear y aquí ocurre un evento muy curioso.
Porque cuando él tartamudea y los demás se ríen, le confirman que hablar en público es una situación de riesgo para él, que no es segura y que él es incapaz de hablar bien ante los demás.
Por lo que la próxima vez, la probabilidad de que su ansiedad se presente y tartamudee, será mayor, volviendo a confirmarle que esto es riesgoso y que es incapaz de afrontarlo, generándose así un círculo vicioso que cada vez es más difícil romper.
A menos que los adultos que están a su alrededor, le ayuden a ir enfrentando la situación, le den seguridad, confianza, le animen a encarar la situación, porque el miedo sólo se combate afrontándolo, mientras se huya de él, cada vez se hará más intenso.
Así que aquí tenemos el primer punto sobre cómo podemos ayudar a un niño con ansiedad, hay que ayudarlo a afrontar el miedo.
Ojo, no dije expónganlo solito a la situación que teme, sino darle seguridad y ayudarlo poco a poco a enfrentar aquello que teme.
Otra característica de la ansiedad:
Especialmente cuando hablamos ya de un conflicto, de un problema de salud mental, es que la persona, en este caso el niño, va a tender a imaginar la situación que teme en el peor escenario posible, de una forma muchas veces catastrófica.
Y no porque ese sea el escenario más probable, sino porque es el más terrible que la persona pueda imaginar.
Y quiero aquí hacer un paréntesis porque muchas veces como adultos, vivimos situaciones difíciles en casa, en la familia y evitamos hablar con los niños porque “están chiquitos”, “no entienden”, “¿Qué caso tiene preocuparlos”?
El problema es que no nos hemos percatado de que los niños se dan cuenta de todo, son excesivamente sensibles e identifican muy bien los cambios de ánimo de sus padres.
Y si bien quizá no sepan qué sucede, saben que algo pasa y que eso que está sucediendo no es bueno.
¿Cuál es el problema? Que todo aquello que yo no digo, queda a disposición de la imaginación y la imaginación es muchas veces peor que la realidad misma.
Pongo dos ejemplos:
Por las mañanas yo trabajo en escuelas, en una de ellas, empezamos a ver que un niño comenzó a tener cambios importantes en su comportamiento.
Estaba irritable, no trabajaba, se quejaba constantemente de dolores de cabeza, con lo cual buscaba que se le llamara a su madre para que fuera a recogerlo.
Estaba disperso, entre otras cosas; al hablar con la madre sobre la situación e indagar si había sucedido algo en casa.
Comenta que en su trabajo le quitaron algunas prestaciones, lo que obviamente la tenía preocupada, y que el niño escuchó cuando hablaba con otro adulto sobre la situación, identificaba que después de ello habían comenzado los problemas.
Ella no había hablado el tema con el niño, le pareció que no era importante hacerlo pues era algo que a ella como madre le tocaba resolver.
Pero el niño escuchó y empezó a imaginarse que iban a tener que dejar su casa.
Se visualizaba durmiendo en el parque sin tener que comer, que ya no podría ir a la escuela y otras cosas más, todo eso lo supo la madre cuando después de hablar con nosotros se le pidió que platicara con su hijo.
Al hacerlo ella identificó la fuente de la ansiedad del niño, pudo modificar el pensamiento catastrófico que daba pie a la ansiedad y el niño volvió a su comportamiento habitual.
En otro caso, una niña de aproximadamente 11 años, comenzó a tener problemas de aprendizaje, no se concentraba, dejó de socializar, entre otras cosas.
De igual forma se habló con los padres y se identificó que el padre recientemente había conseguido un nuevo empleo, donde tenía que viajar.
Sin embargo, al despedirse de la niña, ella lloraba y le pedía que no se fuera, por lo que decidieron, para “evitarle” el dolor y “que no llorara”, no decirle nada cuando el padre tuviera que salir de viaje.
Sin embargo, era evidente que no podían esconderle la situación, ya que papá tardaba días en volver.
Así que de pronto un día ella se levantaba y su padre ya no estaba, había desaparecido sin decir nada y tardaba días en regresar.
Esto evidentemente no solucionaba el problema de la tristeza, sino que además lo estaba agravando con enojo pero también con ansiedad.
Porque ella nunca sabía en qué momento iba a estar o no el padre, su entorno dejó de ser predecible.
E imaginen lo que es para un niño despertar y que papá ya no esté, no sabe a dónde fue, ni cuánto tiempo va a tardar.
Y además, desde su punto de vista, era viable que al igual que su padre, un día despertara y la madre también hubiera desaparecido, ¿Cuál fue el resultado? Ansiedad.
Por eso, es importante hablar con los niños, evidentemente no les vamos a contar con lujo de detalles lo que sucede.
Pero sí expresarles a groso modo qué está pasando, adecuando las palabras y la forma de explicarles a su capacidad, a su edad.
Y se debe estar muy dispuesto a escuchar al niño y aclararle las dudas que pudiera tener.
A fin de no dar lugar a que su imaginación rellene los huecos que se generaron por falta de información, creando así un entorno seguro, confiable y predecible que disminuya la probabilidad de que se presenten situaciones de ansiedad.
Tipos de ansiedad
La ansiedad puede manifestarse de diferentes formas, lo que da pie a una serie de trastornos o condiciones que se clasifican por el tipo de afectación o síntomas que presenta la persona.
Para diagnosticar los trastornos de ansiedad existen criterios.
Una de las fuentes más comunes y una de las más consultadas tanto por psicólogos como por psiquiatras para determinarlo, es el denominado DSM V (manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), que emite la Asociación Americana de Psiquiatría.
Dentro de su clasificación hay algunos que son relativamente comunes en los niños, hablaremos brevemente de algunos de ellos:
El trastorno de ansiedad por separación
En este caso, la ansiedad se genera por el temor a la pérdida o separación de la o las personas que generalmente cuidan al menor y que suelen ser los padres.
También es frecuente que pueda manifestar miedo o ansiedad ante la posibilidad de que esas personas puedan sufrir algún tipo de daño, así como ante situaciones que puedan derivar en la separación o pérdida de la persona amada.
Como puede ser un divorcio, el alejamiento de uno de los progenitores por cuestiones de trabajo o la muerte principalmente, este temor debe durar al menor un mes para poder hablar de un trastorno.
Es importante identificar que este tipo de ansiedad es normal en la primera infancia y que suele superarse alrededor de los 3 años, después de lo cual, podemos comenzar a preocuparnos.
Por ejemplo, en una escuela, una niña de entre 6 y 7 años, lloraba desconsoladamente cada mañana cuando el padre acudía a dejarla.
Esto comenzó a presentarse después de que sus padres se separaran, ojo, la niña ya era capaz de acudir a la escuela y no llorar.
Sin embargo a raíz del divorcio, comienza a llorar nuevamente y a no querer quedarse en la escuela.
Parte de su temor no sólo era el no volver a ver al padre, sino que ella creía que su padre era vulnerable porque estaba solo y ella sentía que debía quedarse con él para cuidarlo y que no le pasara nada.
Vemos aquí que efectivamente el pensamiento es el medio por el cual el niño interpreta su realidad y dependiendo de cómo son esos pensamientos, dependerá el tipo de emoción que experimente.
Mutismo selectivo
Éste se caracteriza por la ausencia de habla, de expresión verbal, en situaciones sociales en las que se esperaría que el niño se expresara verbalmente, ya que cuenta con la habilidad para hacerlo.
Esto afecta su desarrollo, su interacción social e incluso su desempeño académico.
Es característico en este tipo de ansiedad, que con personas a las que el niño les tiene confianza, es capaz de expresarse normalmente.
Pero regresa a los contextos donde se siente vulnerable y el niño no expresa palabra alguna.
Para poder hablar de esta condición, el problema debe estar presente al menos un mes y no coincidir con el primer mes de escuela.
Dentro de otras manifestaciones de ansiedad están las famosas fobias, donde se teme de forma desproporcionada un objeto o situación específica.
Síntomas
Hay algunos síntomas que son comunes a cualquier manifestación de ansiedad, básicamente hablamos de tres tipos de síntomas que podemos encontrar en un niño ansioso.
El primero es en el aspecto físico: Aquí vamos a encontrar dolores de cabeza, de estómago, aunque médicamente no haya un motivo.
Es decir lo llevamos al médico y éste nos dice que el niño está sano, pero la queja continua.
Podemos identificar cambios en sus hábitos alimenticios, ya sea porque está comiendo más o menos de lo habitual.
Podríamos observar temblores, sudoración en situaciones intimidantes, tensión muscular, alteraciones en los hábitos de sueño, ya sea por dificultad para conciliar el sueño o por dormir más de lo habitual.
Muchas veces, los síntomas de los niños se manifiestan en su acción.
Así que podemos verlos como niños incansables, inquietos, hiperactivos, distraídos y pueden generarse autolesiones como pellizcarse, arrancarse el cabello, etc.
Dentro de los síntomas conductuales podemos encontrar que constantemente hace preguntas hipotéticas del tipo “¿y si…?”.
Evita participar en actividades escolares, especialmente si son en equipo o se sientan en círculo ¿Por qué? Porque está expuesto a la crítica de los demás.
Permanece en silencio o preocupado cuando se espera que trabaje con otros. Se niega a ir a la escuela, no socializa, no interactúa con sus compañeros, evita situaciones sociales con otros niños.
Constantemente busca la aprobación de sus padres, cuidadores, maestros y amigos.
Se da por vencido fácilmente, por lo que suele decir “¡no puedo!” sin un motivo real. Es posible que observemos rabietas o berrinches.
Síntomas emocionales: Llanto frecuente sin causa aparente, excesiva sensibilidad, irritabilidad, es decir se enoja fácilmente y sin motivo claro.
Inquietud, teme cometer errores, se preocupa por cosas futuras, siente temor cuando lo dejan en algún lugar.
Puede haber pesadillas frecuentes con temas principalmente ligados a la pérdida de uno de sus padres o de un ser querido.
Hay que considerar que la presencia de un sólo síntoma, no implica un problema de ansiedad.
La ansiedad, como trastorno, supone la presencia de varios de estos síntomas y debe cumplir ciertos criterios como tiempo, de lo contrario no se diagnostica como tal.
Factores protectores
- Contar con un entorno seguro, confiable y predecible.
- El que los padres o los adultos que están a cargo del niño le permitan expresar libremente sus inquietudes y estén abiertos a explicarle, de acuerdo a su edad, lo que está sucediendo, dándole seguridad y confianza.
- Tener sentido del humor, ver el lado positivo de las cosas, saber reírse de sí mismo.
- Contar con redes sociales de apoyo sólidas.
Curiosamente, hay otro factor protector del que muy pocas veces se habla.
Pero que incluso en algunas investigaciones científicas, ha demostrado su efectividad, hablo de la espiritualidad.
La cual ha demostrado ser benéfica para la salud mental ya que motiva la esperanza, ayuda a afrontar positivamente el estrés y trastornos como la ansiedad, depresión, adicciones.
Es también importante para la prevención del suicidio, la superación del duelo, entre otros aspectos.
Por lo tanto, educar en la Fe a nuestros niños, hacerles saber que hay un Dios que los ama y los cuida.
Y que si en algún momento permite que suceda algo que parece ser malo para ellos, es porque aunque no lo parezca, Él sacará de esa situación un mayor bien, pero que tienen que confiar en Dios.
Si el niño aprende no sólo a creer, sino a confiar en Dios, tendrá resuelta prácticamente su vida, no estoy diciendo que no tendrá dificultades, porque Jesús fue muy claro, quien quiera seguirme que tome su cruz y me siga.
Pero sufrir con sentido, sufrir unido a Jesús, es diferente a sufrir sólo y sin motivo alguno.
Tener la plena certeza de que la hoja del árbol no se mueve sin la Voluntad de Dios, da una seguridad y confianza de que a pesar de la dificultad, de los problemas, no saldré dañado y eso es un escudo.
Es una vacuna emocional que les estaremos poniendo a nuestros hijos para que sean inmunes a los trastornos emocionales.
Y que si llegan a tener alguna situación, al igual que una enfermedad después de recibir la vacuna, ésta sea más leve y se supere más rápido que si no se contara con esa prevención.
Recuerda que los niños aprenden no de lo que se les dice, sino del ejemplo, por tanto, si él identifica que tú no confías en Dios, que tú dices que hay que hacerlo, pero tus acciones dicen lo contario, él tampoco lo hará.
Factores de riesgo
Vivir en contextos impredecibles.
Estas familias modernas donde los padres están separados y no hay una organización clara.
Por lo que el niño puede estar una semana viviendo con un progenitor y sin previo aviso a la semana siguiente se va con el otro padre, etc.
Es un factor de riesgo, ya que los niños necesitan estabilidad y un entorno predecible.
Tener padres ansiosos, recordemos que la ansiedad se genera a partir de la forma en que se interpreta la realidad, padres que suelen ver todo de forma amenazante, enseñan a los niños a percibir todo como un riesgo, incrementando su vulnerabilidad.
Carecer de hábitos saludables como una dieta equilibrada o dormir menos de lo recomendado para la edad del niño.
Carecer de redes de apoyo, de amigos y de una familia que provea y solvente las necesidades no sólo materiales, sino también de afecto y seguridad del niño.
Diferencia entre ansiedad sana y patológica
Un factor importante que se debe tener siempre presente, es que hay periodos de la vida donde la ansiedad es normal, es parte del desarrollo humano.
Por ejemplo, en la primera infancia y hasta los 3 años aproximadamente, es relativamente normal que el niño se angustie y llore porque no quiere alejarse de sus cuidadores.
Por lo que en los primeros días del jardín de niños es “normal” que el niño llore.
Sin embargo, después de unos días, esto debe desaparecer, el niño aprende que la escuela es un entorno seguro para él, ya tiene amiguitos, etc.
Y la ansiedad por la separación de la madre desaparece.
Si esto no sucede, se incrementa o incluso comienza a llorar cuando ya no lo hacía, algo está sucediendo y tendríamos que averiguar qué está pasando.
El que un niño se preocupe de vez en cuando por alguna situación, es absolutamente normal, en estos casos la preocupación suele ser pasajera y no interfiere con otros ámbitos de la vida del niño.
Generalmente los niños se van a preocupar por cosas concretas, lo que les lleva a hacer preguntas del tipo:
¿Y si….?
Es importante que como adultos escuchemos sus inquietudes, aclaremos sus dudas, que se les dé confianza y seguridad y que no nos ofendamos por sus preguntas tomándolas personales.
Por ejemplo, es frecuente que después de la muerte de un familiar cercano, los niños nos pregunten si nosotros también nos vamos a morir, o cuándo lo haremos o qué pasará si eso sucede.
Entendamos que el niño no lo pregunta porque quiera que eso nos pase, sino que generalmente le preocupa qué pasará con él si eso sucediese.
Y es importante escucharlo, despejar sus dudas y algo muy importante que no debemos omitir, es el no prometer cosas que no podamos cumplir.
Como el hecho de que ante la pregunta de ¿Y qué pasa si tú también te mueres?
Le digamos que eso no va a pasar o que estaremos con él hasta la edad adulta, ya que eso no es algo que sea una decisión personal, es mejor decirle que mientras estemos vivos no lo vamos a abandonar, que lo cuidaremos, etc.
Y que si algo nos llega a suceder, están, por ejemplo, sus abuelitos, sus tíos, su madrina.
A quien escogimos justamente para que en caso de que nos llegue a pasar algo, lo cuide, que nos preocupamos por escoger a alguien que sabemos que lo quiere y que hará todo lo que se necesite para que él esté bien.
Generalmente con este tipo de intervenciones breves, donde el adulto escucha, entiende y le explica al niño qué va a pasar o le brinda consuelo, desaparece la ansiedad.
Si por el contrario, identificamos que las sensaciones de estrés y ansiedad son más frecuentes que los periodos de tranquilidad, que estas sensaciones intensas se prolongan por mucho tiempo o son desproporcionadas para la situación que las genera.
O que incluso no parece haber una situación detonante, y además las reacciones de ansiedad y estrés comienzan a interferir con la vida diaria, es importantísimo prestar atención.
Si identificamos que se preocupa por muchas cosas, como la escuela, el examen, el deporte, la abuelita, preocupación por el futuro lejano, lo que los demás piensan de él o ella, etc., foquito rojo, es una señal de alarma y tendríamos que empezar a pensar en que el niño requiere de ayuda profesional.
Resumiendo, la ansiedad normal, sana, ayuda a solucionar o evitar el problema que la genera, surge a raíz de un estímulo bien identificado.
La respuesta emocional del niño es proporcional al estímulo que la genera y le ayuda a tener un mejor desempeño, a modificar acciones que evitarían la situación temida.
Por ejemplo, el niño que se preocupa por reprobar, en lugar de estar sólo ansioso, comprende que debe poner atención en clase y estudiar.
La ansiedad patológica
En cambio, no ayuda a solucionar el problema, sino que lo acrecienta.
La respuesta o reacción del niño ante el estímulo detonante es desproporcionada ya sea en intensidad, duración o ambos.
Generalmente no se identifica un detonante específico y muchas veces la raíz se encuentra únicamente en la mente, en la imaginación del niño.
La situación de estrés suele bloquear a la persona, afecta varias esferas de la vida y suele haber un constante estado de alerta que incrementa la ansiedad, condición que mantiene y alimenta el problema.
¿Cómo ayudar a mi hijo?
Recordemos que la ansiedad se va a generar a partir de la forma en que interpreto la realidad, así que si yo le enseño a mis hijos a interpretar positivamente las situaciones.
Si les enseño a ver el lado positivo de las cosas, si les enseño a tener Fe y confiar en Dios, les estoy dotando de armas importantes para superar los problemas.
Brindar un espacio de confianza, de comunicación y apertura para que el niño pueda preguntar o exponer sus inquietudes.
Sin temor a que te enojes o lo descalifiques y puedas así comprender cómo está interpretando la realidad para poder orientarle adecuadamente, va a ser importante para ellos.
Si notas que a pesar de que has hablado con él, su comportamiento no mejora y/o incluso lo observas más ansioso, no dudes en acudir a un especialista, recuerda que mientras más tardes en apoyarlo, más sufrirá innecesariamente.
Si identificas cambios en su estado de ánimo, notas que el niño modifica su comportamiento o deja de jugar, acércate a tu hijo, indaga qué le sucede, qué le preocupa y trata de darle confianza y seguridad.
Establece normas y límites claros, es decir, que el niño sepa perfectamente qué le está o no permitido.
Cuando los padres no ponen estas reglas y en ocasiones son muy estrictos y en otras muy laxos, se incrementa la probabilidad de que el niño presente ansiedad.
Ya que no sabe qué esperar ni cuál será la reacción del adulto ante sus acciones, porque la reacción del cuidador va a depender no de lo que el niño haga, sino del estado de ánimo del progenitor y eso es como jugar a la ruleta rusa.
Tener sentido del humor, es algo que el adulto debe enseñar al niño para que sea capaz de disfrutar todo lo que le sucede.
Pueda encontrar el lado positivo de las cosas, aprender a reírse de sí mismo y de sus errores, viéndolos no como algo catastrófico, sino como una oportunidad para aprender y crecer, son elementos importantísimos para la salud mental.
Tener una red social de apoyo, y ojo, porque hoy en día, con el uso de las tecnologías, estamos descuidando el aspecto social.
Especialmente de los niños y adolescentes, quienes cada vez se encuentran más conectados y paradójicamente más aislados, careciendo cada vez más de amistades reales, concretas, físicas.
El problema es que tanto la familia como los buenos amigos que constituyen nuestras redes de apoyo, son un salvavidas emocional que nos mantendrá a flote prácticamente en cualquier situación o problema que se tenga que enfrentar.
Por tanto, tener buenos amigos y una familia sólida, unida, cariñosa, será importantísimo para proteger a los niños.
Educarlos en la Fe, enseñarles a vivirla y enseñarles a abrazar con amor las cruces que vayan encontrando en su camino, uniéndose a Jesús, será el mejor regalo y la mejor protección que podrás brindarles.
¿Cuándo acudir con el especialista?
Cuando haya cambios importantes en la forma de ser del niño, cuando deje de jugar, cuando deje de hacer cosas que ya podía hacer o comience a comportarse como un niño más pequeño.
Si comienza a tener conductas que le dañan como pellizcarse, arrancarse el cabello.
Cuando la reacción de ansiedad es desproporcionada para la situación y/o es demasiado prolongada, así como cuando la intensidad y duración de los síntomas no son acordes a la situación detonante.
Cuando la situación de ansiedad está limitando el desarrollo del niño en los diferentes contextos en los que se desenvuelve.
Si tienes dudas sobre si requiere o no apoyo, es mejor que te informes y recibas una orientación y no que dejes al niño padeciendo una situación de estrés y ansiedad.
¿Cómo se ayuda al niño?
La labor profesional va a consistir principalmente en que el niño identifique y nombre lo que siente.
Que identifique esos pensamientos que detonan la reacción de estrés y ansiedad y que aprenda a modificar los pensamientos detonantes por otros más funcionales, para lo cual es de gran utilidad la terapia cognitivo – conductual.
La gran mayoría de las intervenciones que se realizan con los niños, sin importar el enfoque que utilice el terapeuta.
Se realizarán a través del juego, ya que éste es el lenguaje del niño y es más fácil que logre externar lo que le sucede por medios lúdicos.
De igual forma, las intervenciones del terapeuta serán a través del juego ¿Cuál es entonces la finalidad de llevarlo con el especialista si el niño también juega en su casa?
El especialista juega pero con sentido, usa el juego como herramienta para obtener un objetivo y propicia situaciones para que el niño o la niña expresen lo que les sucede y que adquieran diferentes herramientas que les serán de ayuda.
Mientras que el juego en casa no tiene esta intencionalidad ni le provee al niño los recursos o habilidades que no ha desarrollado.
Espero con esto haberles dado un panorama general de lo qué es la ansiedad y cómo podemos proteger a nuestros niños de padecer trastornos relacionados con ella.
Les agradezco su tiempo y el haber llegado junto conmigo hasta este momento, que Dios les bendiga.