Con el Adviento inicia un nuevo año litúrgico.
No es un dato meramente técnico: la Iglesia comienza su calendario poniendo la mirada en una sola dirección —Jesucristo—, y lo hace invitándonos a despertar, a ordenar el corazón y a encender la esperanza.
La palabra Adviento proviene del latín ad-venire, que significa “venir hacia” o “venida”.
Y eso expresa exactamente la esencia de este tiempo: Dios que viene a nuestro encuentro… y nosotros que nos preparamos para recibirlo.
Si el mundo vive diciembre entre prisas, compras y ruido, la Iglesia propone un camino distinto: cuatro semanas para aprender a esperar, a escuchar y a disponernos interiormente.
No para “sentir bonito” antes de Navidad, sino para dejar que Cristo renueve toda nuestra vida.
Tres venidas que iluminan nuestra espera
El Adviento no es sólo mirar hacia atrás, ni sólo mirar hacia adelante. Es un tiempo que abraza toda la historia de la salvación, porque contempla tres venidas de Cristo que transforman nuestra vida hoy.
1. Su venida histórica: el Dios con nosotros
Es la escena tierna y luminosa que todos recordamos: el Niño envuelto en pañales, María y José, el pesebre, la noche silenciosa en Belén.
Pero no es un recuerdo sentimental, es el acontecimiento que cambió la historia: Dios se hizo hombre, entró en nuestra carne y en nuestras heridas para salvarnos desde dentro.
Por ello nos invita a contemplar este misterio con asombro, humildad y gratitud.
Así como María preparó su corazón para la Encarnación, también nosotros somos llamados a disponernos para que Cristo “nazca” nuevamente en nuestra vida.
2. Su venida actual: Cristo que viene hoy
Cristo no vino solo en el pasado, viene hoy, constantemente. Su Palabra nos toca y nos ilumina y su presencia viva en los sacramentos nos transforma.
Así mismo su acción silenciosa en la vida diaria —en las personas, en los acontecimientos, en la oración— nos habla con delicadeza.
Y, de manera especial, Cristo viene a nosotros en los pobres, en los enfermos, en los que sufren. Cada encuentro puede convertirse en un Belén donde Él se hace presente.
Por ello Adviento es, entonces, un tiempo para afinar la mirada y descubrirlo en lo cotidiano.
3. Su venida final: el Rey que volverá en gloria
El Credo lo recuerda con solemnidad: “Y de nuevo vendrá con gloria”. El Adviento despierta nuestra conciencia de que caminamos hacia una meta definitiva.
No vivimos al azar; avanzamos hacia un encuentro que dará pleno sentido a nuestra historia.
La Iglesia, durante estas semanas, aviva nuestra esperanza en la segunda venida de Cristo, cuando hará nuevas todas las cosas y establecerá su Reino de justicia, paz y amor
El corazón del Adviento: aprender de María
Este tiempo tiene un rostro muy concreto: María. Ella es la mujer que escucha, la que acoge, la que cree, la que espera.
Su fe silenciosa, disponibilidad total y su esperanza inquebrantable son la escuela espiritual de estas cuatro semanas. María no vivió una espera pasiva; vivió una espera fecunda.
En ella, Dios encontró un espacio abierto, un corazón dispuesto, un “sí” que cambió la historia del mundo.
De esta forma, el Adviento nos invita a entrar en esa misma actitud mariana: abrir el corazón, hacer silencio interior, escuchar la Palabra, dejar que Dios nos sorprenda, abandonarnos confiadamente en sus manos.
Por eso, este tiempo no es solo un preámbulo a la Navidad, sino un auténtico camino de conversión.
Un color que habla: morado que es penitencia y esperanza
El color litúrgico del Adviento es el morado. Muchas personas lo relacionan únicamente con penitencia, pero en este tiempo también expresa esperanza.
Es un color que invita a interiorizar, a purificar el corazón, a revisar la vida y a dejar entrar la luz.
La conversión que propone es suave pero profunda: no se trata de golpes de pecho vacíos, sino de enderezar el camino, reconciliarnos, soltar lo que estorba y prepararnos para algo grande.
Cada misa, cada lectura, cada oración de este tiempo está cargada de palabras que despiertan:
“Velen”, “Prepárense”, “Consuelen”, “Enderecen el camino”, “Alégrense”.
Son verbos que implican movimiento. Este es un tiempo dinámico: nos levanta, nos sacude y nos envía.
Cuatro semanas para preparar el corazón
El Adviento tiene una pedagogía divina. No son cuatro semanas al azar; cada una tiene un matiz espiritual que nos ayuda a avanzar, como si fueran cuatro velas que iluminan progresivamente nuestra interioridad.
Semana 1: la llamada a velar
El primer domingo pone el acento en la vigilancia. No en un miedo ansioso, sino en una atención amorosa. Cristo viene, y quien ama permanece despierto.
Esta semana es ideal para revisar nuestra relación con Dios: ¿Cómo está mi oración? ¿Estoy distraído, dormido espiritualmente? ¿Qué me está robando la paz? Es el tiempo de abrir los ojos.
Semana 2: enderezar el camino
La figura de Juan el Bautista domina esta semana. Su voz resuena fuerte y clara: “Preparen el camino del Señor”.
Aquí la Iglesia nos pide trabajar: reconciliarnos, ordenar la vida, dejar malos hábitos, curar relaciones, pedir perdón, volver a lo esencial. Es una invitación concreta a la conversión del corazón.
Semana 3: la alegría que llega (Gaudete)
La tercera semana se ilumina de un modo especial. El domingo Gaudete nos invita a la alegría: el Señor está cerca.
Por eso, el color litúrgico puede volverse rosa, un suavizar del morado que anticipa la luz.
Esta semana es un llamado a la gratitud, a reconocer los dones y a permitir que la esperanza invada nuestra vida, incluso en medio de dificultades.
Semana 4: la cercanía de María
Los últimos días de este tiempo litúrgico nos colocan junto a María y José. La liturgia se vuelve más íntima y contempla directamente la inminencia del nacimiento del Señor.
Es una invitación a un silencio que no es vacío, sino un vientre espiritual donde Dios quiere encarnarse. Aquí el alma se pacifica, respira, se prepara a recibir el don que viene del cielo.
Adviento hoy: ¿cómo vivirlo de manera concreta?
En un mundo apresurado, el Adviento puede convertirse en un oasis espiritual. Algunas prácticas sencillas ayudan a vivirlo con profundidad:
- Encender la corona de Adviento en familia o comunidad, con una breve oración semanal.
- Leer los textos diarios de la liturgia para dejar que la Palabra despierte el corazón.
- Visitar el sacramento de la Reconciliación, para preparar un corazón limpio para Cristo.
- Practicar obras de caridad, especialmente con los más necesitados. Cristo viene de forma preferencial en ellos.
- Reducir el ruido exterior, cuidar los tiempos de silencio y oración.
- Hacer pequeños gestos de reconciliación: perdonar, pedir perdón, abrazar, escuchar.
Una invitación a renacer
Adviento no es un paréntesis antes de la Navidad. Es un llamado a renacer. Cristo viene, y con Él viene la esperanza, la luz y la vida nueva.
La pregunta que este tiempo deja caer suavemente en el corazón es simple y profunda:
¿Estoy dispuesto a abrirle la puerta?
El Señor llega. Que estas semanas sean el espacio donde Él pueda encontrarnos despiertos, disponibles y llenos de confianza.
Como María, digamos: “Hágase en mí según tu Palabra”. Y entonces sí: la Navidad no será solo un recuerdo… será un nuevo comienzo.








