El corazón de María.
Hoy celebramos el inmaculado corazón de la Virgen María.
Es en su corazón donde se desborda el amor, la alegría, humildad, paciencia, ternura, obediencia, sencillez…
Así podríamos seguir nombrando muchas cualidades que seguramente se forjaron en su corazón.
Su corazón que también estuvo lleno de angustia, tristeza, temor y valentía, pues María guarda y medita en su corazón todos los acontecimientos y toda la palabra.
María es:
Ese modelo de un verdadero discípulo que escucha y medita la palabra para que ésta dé mucho fruto, por eso el corazón de María es el centro del amor a Dios y a los hombres.
María nos enseña a ser decididos, rectos y, además, tiene una característica que nosotros los matrimonios deberíamos pedirle: la pureza. El no tener mancha alguna, producto de su búsqueda de Dios con todo su ser.
Hoy en día este valor se ha perdido mucho en las familias y en los matrimonios, pues se ve como algo pasado de moda; la infidelidad está a la orden del día.
Actualmente son pocos los que cuidan esa pureza en el matrimonio. Pero entendamos:
¿Se puede ser casto en el matrimonio?
¡Claro que se puede! siendo completamente exclusivo y fiel al cónyuge en el matrimonio.
La castidad implica esfuerzo y lucha contra uno mismo, nos ayuda a fortalecer la voluntad.
En el matrimonio se viven muchas situaciones donde hay que cuidar esa pureza y castidad:
Cuidando lo que vemos, lo que escuchamos, las pláticas que tenemos con las personas que convivimos.
Todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, estamos llamados a vivir en santidad. “Sean santos como su Padre es santo”.
Decía Jesús:
«Haciendo eco de lo que sus antepasados escucharon de Dios durante su peregrinar en el desierto, en camino a la Tierra Prometida» [Mt 5,48].
Nosotros no cruzamos el desierto, literalmente hablando, pero al igual que los hebreos, temporalmente vamos de Egipto (nuestro nacimiento) a la Tierra Prometida (nuestro momento de fallecimiento, punto de inicio de la vida eterna).
Durante nuestra vida, estamos llamados a parecernos a nuestro Papá, a despojarnos de aquello que nos sobra (o, en palabras de San Pablo, de nuestro “hombre viejo”) para poder gozar sin límites del amor de Dios.
Castidad rumbo a la santidad
Todo lo anterior se oye bonito, pero ¿qué tan conscientes somos en nuestro día a día del llamado a la castidad? (Hoy en día podríamos decir “el reto de ser santos”).
¿Cómo vivimos nosotros, los casados, particularmente ese llamado? Uno de los caminos que la Iglesia nos propone para alcanzar esa meta es la castidad.
Palabra que hoy en día pareciera escandalizar de antemano a quien la escucha. “¿No es renunciar a las relaciones sexuales?”.
Hoy, en medio de un mundo que sexualiza y cosifica todo lo que le rodea, ¿se puede vivir en castidad?
Aclaremos ¿Qué significa “castidad”?
Según el Catecismo de la Iglesia católica, es “la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (número 2337).
Es decir, debemos renunciar a la idea muy popular de que cuerpo, mente y espíritu están separados.
Todo lo que le ocurra a mi mente, a mi cuerpo y a mi espíritu deben ayudarme a cumplir con el “santidad challenge”.
Como parte de mi cuerpo, mi sexualidad es parte de mí, y, por tanto, puede ayudarme en mi meta de ser santo (es decir, de ser plenamente feliz, de poder gozar del amor de Dios).
Eso implica, por tanto, en poder diferenciar, en el ámbito de nuestra sexualidad, lo que me ayuda a mí y a mi cónyuge a ser felices en ese aspecto, sin apartarnos de nuestro camino a la santidad, y lo que no nos ayuda, e incluso nos perjudica.
La castidad, continúa explicándonos el Catecismo, nos ayuda a ejercitarnos en la templanza (número 2341).
Es decir: cuando renuncio a aquello que no me ayuda, cuando no me dejo esclavizar por lo que se me antoja o por lo que siento que es un impulso, fortalezco mi voluntad.
Es como cuando te decides a dejar el refresco: se te podrá antojar (por lo dulce, lo frío, la sensación del gas…), pero si eres consciente de que daña tu salud, harás lo necesario por hacerlo a un lado.
Así, el refresco no te domina, sino que eres tú quien se vuelve dueño de tus decisiones.
Intimidad conyugal en castidad
¿Quiere decir esto, entonces, que yo como casado no debo tener relaciones sexuales con mi esposo(a)?, ¿He de renunciar a tener fantasías al respecto? ¿No puedo contemplar a personas de mi sexo opuesto?
Para todo esto hay una respuesta: la castidad no siempre es sinónimo de celibato, es decir, de renuncia por completo al acto sexual.
En la Teología del Cuerpo
San Juan Pablo II abundó sobre la vocación de los esposos, el llamado al que responden en cuanto a la procreación (es decir, a ser padres) y lo que implica la unión conyugal como imagen de la unión a la que estamos llamados en Cristo.
La intimidad conyugal se vuelve, entonces, un medio de expresión del amor y este debe ser puro entre los esposos.
Podrán expresar amor con sus cuerpos, pero no al grado de considerar a mi esposo(a) como medio para sentirme satisfecho sexualmente porque, entonces, lo estoy usando para mi placer, no para hacerlo(a) sentir amado(a).
El reto de vivir la castidad en la actualidad
Eso, precisamente, es el problema que hoy en día aqueja ya no solo a los matrimonios, sino a toda persona.
Vivimos inmersos en una cultura en donde se usa y se desecha a las personas en función de lo que puedan proporcionarme para mi beneficio, para mi placer, para estar bien yo, y nadie más.
El consumismo, la publicidad sexista, el machismo, el (mal entendido) feminismo, la pornografía, la prostitución, la ideología de género…,
Todo ello atenta contra la concepción natural de la sexualidad y la deforma, deformando nuestra imagen del otro, de la otra. Eres en tanto/en cuanto me des placer.
De ahí que debemos como matrimonio pedirle a María, modelo de castidad, que nos ayude.
Para conservar la pureza de nuestros pensamientos, acciones y sentimientos, pues María – “Guarda todo en su corazón” (Lc,2,19).
Oremos por los esposos al inmaculado corazón de María
María, madre llena de bondad, amor y fidelidad, en este día queremos pedirte que intercedas por todos los matrimonios del mundo.
Que cuides de nuestra pureza y castidad que se ve amenazada cada día en este mundo lleno de tanta confusión.
Madre nuestra, te pedimos que nos enseñes a custodiar nuestro corazón que es la fuente del amor a Dios y hacia nuestro cónyuge.
Enséñanos cada día a guardar en el corazón la Palabra que nos va forjando en fidelidad, pureza y castidad.
Madre nuestra, ponemos en tus manos el corazón de nuestros matrimonios, para que emane de él esa fuente de vida que nos permita vivir en castidad.
Amén.