La muerte y el sufrimiento son algunas de las realidades inevitables de la vida.
Aunque como cristianos confiamos plenamente en que algún día aquellos que perseveremos en Cristo alcanzaremos la vida eterna (Mateo 24,13), no estamos exentos de sufrir un camino de lágrimas mientras caminemos en esta tierra y debamos aprender a decir adiós a aquellos quienes amamos.
Quiero compartir contigo algunos puntos importantes que te serán de mucha ayuda tras la pérdida de un ser querido, los cuáles he recolectado tras varios años de práctica clínica en el acompañamiento tanatológico.
1.- Jamás te presiones a ser fuerte.
Es entendible que en muchas ocasiones debamos moderar nuestras lagrimas ante un montón de presiones que nos exigen serenidad tras el fallecimiento de alguien a quien amamos.
Realizar trámites funerarios, conseguir lo necesario para el velorio o avisar de lo ocurrido a nuestros demás familiares, son tareas que en estas circunstancias nos desgastan fuertemente.
Nadie está preparado para esto, sin embargo, cuando escondemos de manera prolongada nuestro dolor, con el paso de los años, termina por enfermar nuestro cuerpo y alterar nuestro carácter.
Todo aquello que reprimimos termina por controlarnos, y la cosas sanadas jamás sanan bien, esto frecuentemente se debe a que sostenemos ciertas lealtades ante un lugar que pretendemos ocupar en nuestra familia.
Si nos decimos a nosotros mismos frases como “yo debo ser fuerte por los demás”, terminaremos desgastándonos y creando una barrera para conectar afectivamente con aquellos que nos necesitan.
Por más simple o difícil que parezca aceptarlo, tú no eres pilar de tu casa, sino Cristo, y si Jesús, siendo Dios, lloró ante sus discípulos por su amigo lázaro (Juan 11,35).
No caigas en la trampa de pensar que dejar ver tus lagrimas por los demás te convertirán en una persona débil.
2.- Elige personas de tu confianza para desahogar tu dolor.
En una ocasión, tiempo atrás un paciente me confesó que tras haber entrado en un episodio depresivo por la pérdida de un ser querido, aquellos que lo “salvaron” de cometer alguna tontería en contra de su vida, fueron específicamente un amigo y un familiar que estuvieron con él escuchándolo en sus momentos difíciles.
Al principio, le daba mucha pena, pues se sentía como una carga para ellos, sin embargo, en una ocasión, uno de ellos le dijo: -¿Acaso crees que esto es pesado para mí si lo comparáramos con el dolor que enfrentaría si algo te pasara?
No dudes en contar conmigo, además, tu harías lo mismo por mí-.
Esto cambió su manera de ver las cosas, y durante todo su proceso sabía que podía acudir a llorar y desahogarse con ellos, sin importar que tan repetitivo pareciera.
Cuando el dolor nos atrapa, a menudo pensamos que estamos solos, pues nuestras heridas nos hacen creer que nadie nos entiende y que el único camino es enfrentar nuestro sufrimiento de manera solitaria.
Aunque tener momentos intercalados de silencio puede ser saludable para el proceso, el absolutizar nuestro duelo creyendo que estamos solos en esto, puede terminar por perjudicar las cosas en la mayoría de los casos.
Por ello, rodéate de al menos una o dos personas con quién puedas abrir tu corazón para expresar el dolor de tu pérdida.
3.-Jamás dudes en pedir ayuda externa si las cosas se complican.
No, la atención psicológica no es para los locos. Tus lágrimas y tu dolor significan que eres humano y que tu corazón ama profundamente.
No hay nada más normal que necesitar ayuda, el pedirla en los momentos difíciles requiere coraje y valentía.
Si sientes que han avanzado los meses y solo sigues empeorando, o si has pensado en quitarte la vida o hacerte daño, no dudes en buscar servicios profesionales.
Un buen psicólogo, con un enfoque adecuado y preferentemente con una visión católica, sin duda será de gran utilidad al abordar esta situación dolorosa.
En ocasiones, también existen círculos de apoyo en las comunidades parroquiales donde hay apertura para compartir nuestra historia en espacios seguros.
Recuerda que la ayuda de Dios también se transmite a través de nuestros hermanos, y eso incluye a todos aquellos que con recta intención luchan por cumplir la misión sanadora de Cristo en esta tierra a través de su trabajo profesional.
4.- Aléjate de los refugios dañinos.
Los refugios que utilizamos ante nuestro dolor juegan un papel crucial en nuestro proceso de recuperación, seamos o no conscientes de ello.
Todos tenemos diferentes formas y mecanismos de afrontar el dolor, elegir formas dañinas no solo no nos ayudará a sanar nuestra herida, sino que terminará por hacerla más profunda.
Sin importar que se trate de formas escandalosas como el alcohol, las drogas, el libertinaje sexual, la agresividad, la autolesión u otras más sutiles y socialmente aceptables como la supresión de tus emociones, la adicción al trabajo, la pornografía o la acumulación compulsiva, ambas terminarán por esclavizarte y atraerte más complicaciones en tu proceso de recuperación emocional.
Detente a pensar por un momento ¿Cuál es la forma en la que estoy enfrentando mi dolor y a donde me llevará esto en un tiempo?
Sin duda alguna, replantearte nuevas maneras de vivir tu duelo marcarán una diferencia bastante significativa.
Algunos ejemplos de mecanismos de afrontamiento más saludable son el diálogo, el ejercicio (sin abusar), la escritura, la oración, la terapia y los tiempos de meditación y autoconciencia en retiros espirituales, entre otros.
5.- Encomienda tu dolor a la virgen dolorosa.
Si alguien sabe del dolor de una perdida, es sin duda nuestra madre, la virgen María, claro, su fe estaba firme en la resurrección, y, aun así, una espada atravesó su corazón (Lucas, 2,35).
Cuéntale a nuestra señora cuanto te duele tu corazón, ella será una compañía crucial estos momentos caóticos y dolorosos, no te limites pensando que porque eres una persona de fe debas evitar expresarle tus sentimientos, ella los conoce y caminará contigo a través de este valle de lágrimas.
Por último, te recuerdo jamás dejar de orar por tus difuntos, guarda en tu corazón aquellas palabras que escribió alguna vez san Agustín que decían: “una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima se evapora, pero una oración por su alma, la recibe Dios”.
Oración por nuestros seres queridos.
Oh buen Jesús, que durante toda tu vida te compadeciste de los dolores ajenos, mira con misericordia las almas de nuestros seres queridos que están en el Purgatorio.
Oh Jesús, que amaste a los tuyos con gran predilección, escucha la súplica que te hacemos, y por tu misericordia concede a aquellos que Tú te has llevado de nuestro hogar el gozar del eterno descanso en el seno de tu infinito amor. Amén.
Concédeles, Señor, el descanso eterno y que les ilumine tu luz perpetua.
Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

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