Orientaciones para no rendirse:
En el mundo occidental se ha instalado, hegemónica, la cultura “woke”.
El término es una apropiación que hicieron las élites intelectuales de Estados Unidos de un concepto relacionado con la opresión a las minorías.
Coloquialmente se ha extendido el uso de la palabra a todo un combo que incluye una sensibilidad extrema respecto a supuestas discriminaciones.
Un ecologismo catastrofista y militante, una revisión maniquea y victimista de la Historia, activismo pro aborto, y, sobre todo, la ideología de género como nuevo paradigma.
Como padre, psicólogo, docente y ex director de escuela, he visto y soy parte cotidianamente del desafío de educar en medio de esta cultura que bebe del marxismo cultural.
Remozado con nuevas luchas (ya no de clases, sino de sexos y sensibilidades) siempre con el objetivo de socavar las bases de los valores cristianos y la familia con fines de dominación.
Desde los programas educativos, películas y series, incluso desde los dibujos animados, se va modelando una visión conflictuada del mundo y la persona.
Se obtiene así un joven enojado con su historia, despreciativo de los valores de su familia, victimizado e intolerantemente hipersensible.
Se va modelando, en definitiva, una persona que no podrá ser feliz.
¿Y qué podemos hacer nosotros para proteger a nuestros hijos y alumnos?
Educar siempre ha sido una tarea desafiante que saca lo mejor de nosotros.
Esto se ha potenciado con la progresiva debacle anticristiana de la cultura occidental. Este contexto “woke” es un gran desafío para los matrimonios, la Iglesia y para cada uno de nosotros.
Aquí van 7 humildes orientaciones prácticas:
Nos han funcionado a las familias y equipos docentes que he acompañado y a mí mismo. Ojalá te sean útiles también.
1. Mantener una espiritualidad viva
No es posible ya sostener un cristianismo “cultural” como en otras épocas: “el que no está conmigo, está contra mí” (Mt 12, 30).
Hoy estamos llamados, con más motivo que en otros tiempos, a estar con Jesús vivencialmente, cotidianamente…porque es la única manera de no alejarnos.
El contexto anticristiano nos desafía a renovar nuestro encuentro personal con Cristo resucitado.
Nuestros hijos no tendrán un estilo de vida cristiano si no se enamoran de Cristo; nosotros tampoco lo podremos sostener si nos desenamoramos.
Como padres y educadores, plantear una mera educación en valores resulta tibio: contagiar una fe viva, una intimidad de amor de predilección, se hace indispensable.
Reencontrarla nosotros, también. Buscar y participar de espacios pastorales vivenciales fuertes siempre ha sido importante, pero hoy resulta indispensable.
2. Formación, también para nuestros hijos
Creer que vale la pena cultivar la visión antropológica cristiana, así como los usos y costumbres propios de esa civilización, se ha vuelto un acto de rebeldía cultural. Debemos formarnos.
Sostener esas ideas hasta ayer normales (por ejemplo, que solamente hay dos sexos) necesita ahora de una argumentación, de una cierta formación para poder mantener un diálogo con lo que nuestros niños y jóvenes reciben de la cultura.
Reconectar con el porqué elegimos creer lo que creemos, sostener la mirada antropológica que sostenemos, nos obliga a profundizar en nuestra experiencia de fe, pero también en nuestra formación teológica y filosófica.
No hablo de una formación académica necesariamente, sino que hoy existen también divulgadores que pueden darnos ideas para sostener lo que ya no es obvio para la época.
Es importante poder alimentarnos de estos productos culturales frente a nuestros hijos.
En alguna cena, en lugar de la típica serie, podemos poner una charla o entrevista; lo mismo se puede hacer en un rato libre en la escuela.
Los jóvenes se quejarán, pero si uno logra mantenerse en la brecha, algo quedará.
Pensemos que si no es por nosotros, esas voces tal vez nunca serán escuchadas por ellos.
La iniciativa, en general, deberá ser nuestra. Por eso, debemos estar alerta a todo lo valioso de la época, para acercarlo a nuestros niños y jóvenes.
Nosotros, los adultos, mientras tanto, tenemos el desafío de formarnos permanentemente.
Una disciplina mínima de lectura, cursos y seminarios, es deseable y necesaria.
3. No ser perfeccionistas ni dicotómicos
Otro aliado en esta lucha son los productos culturales de antaño, como las series y películas anteriores a los años 90, en los que comenzaron a instalarse hegemónicamente los contenidos “woke”.
En esto, debemos trabajar también en nuestro perfeccionismo.
Una película o serie de los 80 puede tener un gran mensaje de vieja normalidad presentado de una manera entretenida.
Sin embargo, veo padres que la descartan y no la miran con sus hijos porque tiene, por ejemplo, algunas malas palabras.
Debemos entender que si ponemos un filtro dicotómico, blanco o negro, casi nada pasará por él.
E insisto en la importancia central de los contenidos culturales audiovisuales en la formación de niños y adolescentes.
Lo mismo vale para los espacios pastorales y juveniles.
Hace días leía los comentarios indignados de varias personas respecto de una adoración que había llevado adelante un emergente movimiento juvenil-musical católico.
Decían que eso no era una adoración porque cantaban canciones alegres, que “parecían protestantes”.
Las letras de ese grupo tienen la más sana y tradicional doctrina, pero su estilo espantaba a algunos.
Hay en los ambientes tradicionales, a veces, una cierta mojigatería formalista que creo que no suma. Vayamos a lo importante, aunque en algo nos hagan ruido las formas.
Otro elemento central en nuestro apostolado es asumir la humanidad, que nunca es perfecta.
Nuestros hijos y alumnos adolescentes notarán nuestras incoherencias, siempre.
Si pretendemos disimularlas o negarlas, le quitamos valor a nuestro testimonio.
Los valores tradicionales, la historia de la cristiandad occidental, la vida de cada uno de nosotros… no son perfectos, claro.
Pero no por eso dejan de ser valiosísimos. Asumir nuestros errores, falencias, debilidades como parte de nuestra totalidad es parte del desafío.
4. Ser revolucionariamente alegres
Nuestra mayor herramienta, a la hora de formar a nuestros hijos y alumnos, es vivir una vida alegre.
Contagiar la alegría de ser cristiano: ese es el mayor testimonio que podré dar. ¡Basta de cristianos acartonados y enojados! El enojo no sirve, no aporta.
Enamora con tu vida. Inspira con tu vida. Tu alegría contagia.
La alegría es don, pero también es tarea. Como siempre le digo a mis consultantes, tenemos el desafío de entrenar nuestra alegría.
Elegirla, frente a las quejas que nuestra mente inevitablemente producirá, por todos los errores que vemos a nuestro alrededor.
El desafío no es estar de acuerdo. El desafío es poder habitar la abundancia de nuestra vida.
De nuestros valores, de nuestra tradicional mirada sobre lo importante. Son fuentes de una alegría que no nos puede ser quitada.
Queremos estar en desacuerdo con los absurdos de la época … pero sin que nos secuestre el enojo.
5. Seamos explícitos
Ser claros no se contrapone con ser amorosamente disruptivo. Lo que no digamos, puede que nadie lo diga.
No porque la mayoría no piense así, sino por miedo a quedar mal.
No dejemos pasar los mensajes “woke” en el colegio: presentemos nuestras quejas.
No nos quedemos callados ni en el grupo de WhatsApp, ni frente al mensaje destructivo incluido en el guion de la serie o la película.
Seamos el grano que molesta en el aparente consenso cultural que nos rodea; no por rabia, ni por enojo, sino por amor a la verdad.
Apenas demos el paso, veremos que no estamos solos, que otros también se animan. Y al padre o docente que le parece mal… ¡pues que le parezca!
Una de las herramientas de dominación cultural “woke” más fuertes es la noción de ofensivo: todo lo que no es acorde al último invento progresista del momento, es ofensivo.
No nos dejemos callar por estas argucias: hoy, ser políticamente correcto es ser funcional al marxismo cultural.
Quedemos mal, si hace falta, pero con una irreverente sonrisa. Nada de cabezas gachas, ni de silencios cómplices.
La verdad es evidente, y está de nuestra parte. ¿A qué andar tan avergonzados?
Nuestros hijos pueden sentirse incómodos con nuestra claridad y, si son adolescentes, nos lo harán saber. Pero tendrán un modelo de valentía con el que se podrán identificar.
6. No quedarnos solos
Esta etapa cultural es una oportunidad para potenciar nuestra socialización consciente y activa.
Hay amigos y relaciones que hemos recibido, a lo largo de la vida, sin hacer nada, por ir al colegio, a la universidad o al trabajo. Y están muy bien.
Sin embargo, como padres y educadores en un mundo “woke”, es más importante que nunca que busquemos espacios donde agruparnos con otras personas que comparten nuestra mirada sobre la vida, aunque sea en parte.
Los desvelos y desafíos de la educación contracultural se sobrellevan mucho mejor si podemos reflejarnos y apoyarnos en otros padres y docentes, en un abrazo apretado.
7. Dar la batalla cultural
Lo antedicho sobre la socialización es, además, una oportunidad para dar la necesaria batalla cultural que el momento exige.
Para evitar rendirnos, padres e instituciones hemos de organizarnos.
En varios países de Occidente (Canadá es hoy el caso más paradigmático) el Estado ha avanzado sobre los derechos de los padres.
Si estos no adhieren a la “doctrina woke”, pueden llegar a perder la tenencia de sus hijos.
Desde los comienzos del cristianismo, la persecución ha sido la norma más que la excepción.
Por la felicidad de nuestros hijos y por amor a las próximas generaciones, no abandonemos la claridad de la verdady vivámosla con alegría.
Texto publicado en el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II (Sección Madrid).
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