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El camino hacia la felicidad: Las virtudes fundamentales

En la rica tradición de la antropología cristiana, arraigada en la filosofía aristotélico-tomista, encontramos tres virtudes fundamentales que orientan la vida humana hacia su plenitud: el bien, la verdad y la belleza.

Estas virtudes, estrechamente interconectadas, nos invitan a cultivar una existencia auténtica y significativa.

El bien: La búsqueda de la felicidad

Para Santo Tomás de Aquino, el ser humano está naturalmente orientado hacia el bien, entendido como aquello que perfecciona nuestra naturaleza y nos lleva a la felicidad.
 
El bien supremo, el summum bonum, es Dios mismo. Trabajar las virtudes, según el Aquinate, es un camino para acercarnos a este bien último y alcanzar la beatitud.
 
La virtud del bien nos impulsa a buscar aquello que es bueno para nosotros y para los demás, a actuar con justicia y caridad, y a construir una sociedad más justa y fraterna.

La verdad: El camino hacia el conocimiento

La verdad, como correspondencia entre el intelecto y la realidad, es otro pilar fundamental de la antropología cristiana.

El deseo de conocer la verdad es innato en el ser humano y nos lleva a buscar el sentido de la vida y nuestro lugar en el mundo.

La Iglesia Católica, siguiendo la enseñanza de Santo Tomás, afirma que la fe y la razón no se oponen, sino que se complementan.

La revelación divina nos proporciona verdades que trascienden la razón humana, mientras que la razón nos permite comprender y profundizar en los misterios de la fe.

La belleza: La experiencia de lo divino

La belleza, como manifestación de la perfección y la bondad, nos conecta con lo divino.

La experiencia de la belleza, tanto en la naturaleza como en el arte, nos eleva el espíritu y nos acerca a Dios.

Santo Tomás afirma que la belleza es una propiedad de las cosas que nos deleitan y nos atraen.

Al contemplar la belleza, experimentamos una profunda satisfacción y un anhelo de lo infinito.

La doctrina de la iglesia y el magisterio

La Iglesia Católica, a través de su magisterio, ha profundizado en la comprensión de estas virtudes fundamentales.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el ser humano está llamado a la santidad, es decir, a la plena realización de su vocación cristiana.

Para alcanzar la santidad, es necesario cultivar las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).

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La virtud como hábito

Santo Tomás de Aquino destaca la importancia de adquirir las virtudes como hábitos.

Un hábito es una disposición adquirida a actuar de una determinada manera.

Al practicar las virtudes de manera repetida, estas se convierten en parte de nuestra personalidad y nos permiten actuar de manera virtuosa de forma espontánea.

En conclusión

Las virtudes del bien, la verdad y la belleza son dimensiones fundamentales de la experiencia humana.

Al cultivar estas virtudes, nos acercamos a Dios y a nuestra plena realización como personas.

La antropología cristiana, fundamentada en la filosofía aristotélico-tomista y en la doctrina de la Iglesia, nos ofrece un camino claro y conciso para vivir una vida virtuosa y feliz.

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