“¡Alégrate, el Señor está en medio de ti!” (Sof 3,17-20)
Estas palabras del profeta Sofonías son el corazón de la verdadera alegría cristiana: Dios no está lejos, habita en nosotros, camina con nosotros y nos sostiene en cada paso.
Dios vive en nosotros: el verdadero Viático
Dios quiere habitar en la “casa” de tu cuerpo y de tu alma.
Su presencia llega de forma plena en la Eucaristía, donde Jesús está realmente presente en el pan y el vino consagrados.
La Iglesia llama a la Eucaristía viático, es decir, “alimento para el camino”.
Así como un peregrino necesita provisiones, nosotros necesitamos a Cristo para avanzar con sentido y fuerza espiritual.
Una anécdota lo ilustra:
En la preparatoria, durante el juego de “la amiga invisible”, recibí una naranja como regalo simbólico.
Mi amiga decía que su abuelo, campesino español, siempre llevaba una naranja al campo porque calmaba la sed. “Te doy una naranja para el camino”, me dijo.
De la misma manera, Dios es esa naranja: aquello que nutre, refresca y sostiene nuestro caminar.
Somos peregrinos: ciudadanos del cielo
Esta Tierra es pasajera; aquí solo somos peregrinos. Nuestra patria definitiva es el Cielo, y el corazón lo sabe.
San Pablo lo expresa con claridad:
“Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo…” (Flp 3,20-21)
Quien vive cerca de la Basílica de Guadalupe lo ve cada día: multitudes peregrinan para ver a la Virgen.
Ellos nos recuerdan que todos vamos de camino hacia la comunión eterna con Dios. También el Apocalipsis nos presenta ese destino final:
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Dios enjugará toda lágrima.” (Ap 21,1-5)
Convertirnos: no afianzarnos a lo terrenal
A muchos se les olvida que esta vida es solo un tramo del camino hacia la eternidad. Por eso se aferran a lo material, creyendo que su seguridad depende de lo que acumulan.
San Pablo lo advierte:
“Muchos se portan como enemigos de la cruz… no aprecian sino las cosas de la tierra.”
(Flp 3,17-19)
Una historia familiar lo ejemplifica:
Durante la Revolución mexicana, mi bisabuelo, convencido de la estabilidad del gobierno de Madero, guardó grandes cantidades de billetes que luego no valieron nada.
La caída del gobierno lo llevó a la ruina y a una crisis de la que nunca se recuperó.
¿Qué tesoro estamos acumulando?
¿Bienes, poder, ego, orgullo?
Evodia y Síntique, colaboradoras de San Pablo, también chocaban entre sí (Flp 4,2-3). A veces nuestro ego es el mayor obstáculo para caminar juntos.
No somos “seres para la muerte”, como dice cierta filosofía moderna. Somos seres para la vida, para la comunión y para la plenitud.
“Maranatha”: Ven Señor Jesús
Cada vez que decimos “Maranatha” pedimos al Señor que venga a traernos Vida: amor, comunión, justicia y alegría.
Ya ahora experimentamos “probaditas” de esa Vida eterna: momentos con seres queridos, encuentros profundos con Jesús, experiencias de paz que no queremos que terminen.
Es un anticipo del día en que Cristo volverá:
“Este Jesús que han visto alejarse, volverá…” (Hch 1,11)
Lo proclamamos en el Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria…”
No es un regreso para temer. El sacerdote español Patxi Loidi lo expresa bellamente:
“Tú me tomarás de la mano… Me dirás: ‘Ya teníamos ganas de verte aquí’… Y empezaré a entender la parábola del hijo pródigo.”
San Juan lo confirma:
“Nuestro amor llega a la plenitud cuando esperamos confiados el día del juicio.”
(1 Jn 4,17)
¿La religión adormece? El Evangelio dice lo contrario
Karl Marx afirmaba que la religión era “el opio del pueblo”. Pero el Evangelio no adormece: despierta.
Nos impulsa a actuar, a amar, a transformar realidades. Esperamos el cielo, sí. Pero no cruzados de brazos.
Caminamos trabajando, construyendo comunidad y esperanza.
Caminar juntos: lo que la peregrinación enseña
Quien ha peregrinado sabe lo que implica:
- Aprender a desprenderse: cargar solo lo esencial.
- Ayudarnos unos a otros: quien va rápido, espera; quien dirige, se acerca al que sufre; quien está cansado recibe consuelo.
La esperanza es el motor del cristiano. Muchos pierden la vida porque pierden la esperanza.
Pero la esperanza no falla (Rom 5,5) porque el Espíritu Santo ya derramó en nosotros el Amor de Dios.
Jesús camina con nosotros en la Eucaristía. Su cercanía nos libera del miedo e impulsa a amar más cada día.
Amar es vivir ya un anticipo del Cielo. Mateo 25 lo hace claro: entran al Reino quienes amaron a Jesús en los más necesitados.
La vida eterna: la gran certeza cristiana
El Cielo es comunión plena con Dios y entre nosotros.
Un teólogo decía:
“Aquí sabemos que somos hermanos; en el Cielo nos sentiremos hermanos.” Imagina tu llegada al Cielo:
¿Quién sale a tu encuentro?
¿Jesús? ¿La Virgen? ¿Tus padres, tu esposo(a), tus amigos?
¿Algún santo que admiras?
¿Incluso alguien con quien no alcanzaste a reconciliarte?
La vida eterna da sentido a nuestro presente. Por eso podemos vivir con alegría realista, incluso en medio de las dificultades.
Alegría realista: sabiendo hacia dónde caminamos
San Pablo nos invita:
“Estén siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4-8)
No es ingenuidad ni negación de problemas. Es la alegría del que sabe que va de camino hacia su Casa y que Dios camina a su lado.
Y en el camino, compartimos el amor recibido. Somos peregrinos que avanzan con esperanza,
con la mochila ligera y el corazón lleno.
Preguntas para la oración y reflexión
- ¿Dónde encuentro la razón de mi alegría?
- ¿Quién necesita hoy mi cercanía, perdón o palabra de paz?
- ¿Cómo puedo vivir ya, aquí en la tierra, como ciudadano del cielo?








