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Hermanos en Santidad: El legado de los beatos Ezequiel y Salvador Huerta

Hoy te presentaré a los Beatos:

Ezequiel y Salvador, Huerta Gutiérrez.

Dos hermanos mártires de la guerra cristera, que se destacaron entre otras cosas, por ser esposos y padres de familia ejemplares ¡Quédate a conocerlos!

Originarios de Jalisco, México. Los padres de estos mártires fueron Isaac Huerta Tomé y Florencia Gutiérrez Oliva.

Establecieron su hogar en Magdalena, donde abrieron un almacén comercial. El matrimonio tuvo cinco hijos: José Refugio, Ezequiel, Eduardo, Salvador y María del Carmen.

Para ofrecerles estudios, se mudaron a Guadalajara, José Refugio y Eduardo, ingresaron en el Seminario conciliar, en cuanto el mayor se ordenó sacerdote.

Doña Florencia y su hija lo acompañaron a su destino en Atotonilco el Alto, mientras que Don Isaac, permaneció en Guadalajara con Ezequiel y Salvador que estudiaban en el Liceo de Varones.

Ezequiel Huerta

Nació el 07 de Enero de 1876, fue un hijo piadoso y centrado, gustaba de la ópera, a la par de sus estudios de secundaria y bachillerato, tomó clases independientes de música, canto y dirección coral.

Pronto fue reconocida su notable habilidad como intérprete del armonio y del órgano tubular, pero lo que le valió la admiración y el respeto de sus contemporáneos fue su voz excepcional de tenor dramático.

Para ganarse la vida, trabajó como sacristán en el templo de Capuchinas. Su pasión era hacer partituras para diferentes voces, organizar coros de niños y preparar sus propios cantos para llevarlos a todos los templos de la ciudad. 

Llegaron a ofrecerle trabajo en una compañía de ópera que venía de Italia, pero él no se interesó, pues siempre decía “mi voz es para Dios en los coros de las iglesias.”

¡Qué oportunidad tan tentadora y qué elección tan sabia! 

Psicólogos católicos 3
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Matrimonio.

Entabló una relación de noviazgo con una señorita llamada María Eugenia García, que vivía en Guadalajara con sus padres. Siempre fueron de un trato muy respetuoso, sólo se veían por las tardes y cuando iban a misa.

Se casaron el 17 de septiembre de 1904, él tenía 28 años y ella 16, se complementaban mutuamente, pues enseguida se vio la actuación de una mujer realista como María Eugenia ante el temperamento un poco idealista y romántico de su esposo.

Ezequiel actuaba con frecuencia por amor al arte, sin preocuparse de exigir nada por su trabajo.

Ella no demoró en organizar la firma de contratos de trabajo y el pago de los servicios correspondientes; necesitaban entradas económicas para poder mantener a la familia. ¡Eso sí que es trabajar en equipo!

La amó tan entrañablemente, que los familiares de ella, admirados de las atenciones y muestras de cariño, le decían “María, otro hombre como Ezequiel no lo encuentras ni con el Cirio Pascual”. 

”Por supuesto, a ella dedicó sus canciones más bellas. La alegría de los hijos pronto iluminó el hogar, fueron orgullosos padres de 5 hijos y 5 hijas.

Paternidad.

Como padre era alegre, suave, cariñoso y aunque jamás les pasaba por alto alguna falta u omisión de su deber, les corregía con tal elegancia, que se sentían avergonzados y no les quedaban ganas de volver a hacerlo. 

Disfrutaba leerles y explicarles la vida de los santos. ¡Vaya! Escuchar estas cápsulas en familia podría ser un buen comienzo.

Consagraron su hogar, al Sagrado Corazón de Jesús, todos los días rezaban de rodillas el santo rosario y también a diario.

Ezequiel muy temprano iba a oír la primera misa acompañado por algunos de sus hijos y después asistía a las misas donde participaba cantando. 

La suya, era una fe recia en un carácter fuerte y sin miedo a manifestarse.

En 1923 ingresó a la sociedad de la tercer orden franciscana seglar, creada por San Francisco en respuesta a todos los hombres y mujeres casados que buscaban abrazar su estilo de vida. 

Después del nacimiento de su última hija en 1925, el matrimonio, en común acuerdo, hizo una promesa de castidad. Sin duda eso debió requerir una constante y dedicada preparación espiritual.

Salvador Huerta

Su hermano Salvador, por su parte, era cuatro años y cuatro meses menor que Ezequiel. desde niño poseía algo del carácter de su padre, callado, ocupado todo el tiempo en sus faenas. 

Sentía mucha curiosidad por cómo funcionaban los objetos mecánicos, era perseverante y fuerte en sus cosas, pero también dócil, tranquilo y alegre, obediente y sobre todo muy cariñoso con sus papás.

Estudió en el Liceo de varones, pero terminada la formación secundaria, decidió no continuar con el bachillerato. 

Sus padres pensaron que un tiempo en el campo asentaría su elección, y así fue, pero solo para confirmar lo que antes había decidido. 

Fue un joven activo, inteligente, práctico y en cierto sentido independiente, con espíritu de iniciativa. 

Oficio.

Ello le facilitaría abrirse camino en la vida y encontrar un buen oficio en todos los lugares por donde anduvo.

Aprovechó al máximo su estancia como operario en una compañía de origen alemán; fue también técnico de bombas en las minas de Zacatecas y oficial en los talleres de Ferrocarriles Nacionales, en Aguascalientes.

De estos tiempos datan sucesos aparentemente accidentales de los que escapó de la muerte: 

En el taller, una persona que lo reemplazó en el manejo de cierta máquina, murió golpeado en la cabeza por una piedra; en la mina de Zacatecas, al reventarse el cable del elevador, murieron todos los ocupantes menos él.

Sufrió además, otros accidentes que le provocaron lesiones gravísimas. ¡Increíble!, no cabe duda que Dios le tenía reservado a su fuerte espíritu, la cruz del martirio.

Salvador Huerta.

Visitaba regularmente a su madre, hermana y hermano sacerdote en Atotonilco, donde conoció y se enamoró de una joven llamada Adelina Jiménez, hija de españoles, fue su primer y única novia.

Era huérfana de madre y su padre no veía buena la relación, ya que Salvador era nueve años mayor que ella y además no era de una familia tan acomodada como la de ellos.

Pero tras esos inconvenientes, se casaron un 20 de abril de 1907.

Matrimonio.

Su matrimonio fue una maravilla; parecía como si siempre estuvieran enamorados; se gustaban mucho, casi se adivinaban el pensamiento y se trataban con mucho respeto. 

Dios los bendijo con 4 hijas y 7 hijos, a los cuales educó con firmeza y cariño, siempre haciendo hincapié en la responsabilidad, los domingos después de misa, viajaban todos al campo y él mismo acomodaba las cosas para que comieran. 

En Guadalajara, Salvador abrió un taller mecánico que con el tiempo logró mucho éxito, a pesar de ello se mantuvo sencillo y humilde, a todos trataba igual, no se limitaba en ninguna actividad, desde arreglar las máquinas, hasta la limpieza del taller y de los carros.

Con sus obreros siempre fue justo, los animaba, ayudaba y enseñaba, ningún conocimiento se lo quedaba para sí, fue ejemplo de trabajo, orden y vida cristiana. Dedicaba a Dios cada uno de sus actos y decía: 

“El trabajo es también un templo donde uno se puede comunicar con Dios.” 

 

Seguro que la mayoría de nosotros nunca lo había visto así ¿verdad?

Su casa era un hogar cristiano en el que la vida transcurría señalada por el año litúrgico, además de la misa y rosario diarios, durante cuaresma se observaban rigurosamente los ayunos y abstinencias. 

Salvador daba el ejemplo, ayunando miércoles y viernes y absteniéndose de sazonar las comidas con chile, que tanto le gustaba.

La Semana Santa se vivía como una especie de participación familiar, con ejercicios espirituales; llegado el solemne día de Pascua, era una gran fiesta para todos.

Como sus hermanos, pertenecía a la Adoración Nocturna y solía pasar toda la noche de rodillas ante el Santísimo, acto que le daba la fuerza necesaria para soportar la variedad de dolores físicos y morales, que le tocó enfrentar durante toda su vida siempre con rostro gozoso y sereno. 

Salvador y Ezequiel
Ofrecía todo a Dios por los demás, especialmente por su esposa, que por aquel entonces sufría de fuertes cólicos hepáticos
 

En la primera mitad de 1926, después de una larga y penosa enfermedad, murió su madre, Doña Florencia Gutiérrez, cuya separación afectó bastante a todos los hermanos. Pero sería ésta la primera de muchas pruebas. 

El 31 de Julio: el culto público fue suspendido. Sus hermanos sacerdotes debieron ejercer su ministerio en la clandestinidad.

Ezequiel perdió su trabajo y se dedicó a dar clases de música y promover la defensa de la iglesia católica, asistiendo al culto privado en las casas y cantando en ellas.

El estado de las cosas parecía prolongarse indefinidamente.

Los hijos mayores de ambos, se incorporaron a la resistencia pacífica activa, al principio sin la autorización de sus padres; después no les quedó otro remedio más que aceptar, pero eran enemigos de la violencia.

El 1 de abril de 1927 el gobierno asesinó a 4 jóvenes católicos de la ciudad, el más conocido. Anacleto González Flores. 

Guerra cristera.

Conmovidos por los hechos, los hermanos Huerta, decidieron enviar a sus hijos mayores a los Estados Unidos para evitar que volviesen a la guerrilla cristera, los jóvenes se rebelaron ante la decisión de sus padres, pero al fin cedieron ante su fuerte voluntad. 

A la mañana siguiente, Adelina, la esposa de Salvador los acompañó en coche hasta la estación del tren, Salvador acudió a su taller como de costumbre, María Eugenia, esposa de Ezequiel salió a continuar velando el cadáver del mártir Anacleto y Ezequiel se quedó en casa cuidando a sus hijos pequeños.

Eran las nueve de la mañana cuando unos individuos se introdujeron en la casa de Ezequiel, con una supuesta orden superior para detenerlo. Registraron la casa, destruyeron y robaron lo que quisieron ante las caritas de terror de los niños. 

Casi enseguida llegó su esposa, pero sin siquiera dejarlo despedirse, lo sacaron atado y le llevaron al cuartel de la policía, junto con un seminarista llamado Juan Bernal que llegó en aquellos momentos.

Aproximadamente a las once de la mañana, otros policías llegaron al taller de Salvador y se lo llevaron con engaños solicitándole la reparación de un camión del Gobierno.

Él les creyó porque no sería la primera vez que lo hacía, pero al llegar al cuartel militar, lo detuvieron sin explicaciones. Mientras tanto también habían invadido y cateado su casa. 

Antes de irse dijeron a la mayor de sus hijas, que mandara algo de comer a su padre a la jefatura de la policía porque lo habían detenido.

Guadalupe mandó a su hermano Gabriel, que entonces tenía 14 años, con una canasta de comida, al llegar, lo encerraron en el calabozo y lo soltaron hasta la medianoche, sin darle noticia alguna sobre su padre.

Mártires.

Ezequiel y Salvador fueron torturados con los métodos usuales de aquella policía: los colgaron por los pulgares y los azotaron en la espalda.

Querían sacarles noticias sobre sus dos hermanos sacerdotes y que apostataran de su fe católica, pero ninguno lo hizo.

Devuelta los arrojaron semimuertos en el calabozo, a pesar de ello se les veía con una entereza que solo los hombres íntegros pueden soportar y vivir, por supuesto no paraban de orar.

El gobierno actuó con sigilo y alevosía. No quería que la gente se enterara, pues sabían que se levantaría nuevamente una oleada de protestas y manifestaciones como hacía pocos días con el asesinato de Anacleto y sus tres compañeros.

En la madrugada del domingo de ramos, 3 de abril de 1927, llevaron a los hermanos al cementerio municipal de Mezquitán. Preocupado, Ezequiel le dijo a Salvador:

“Oye, y si nos matan ¿qué pasará con nuestras familias?” Su hermano muy tranquilo respondió: 

“Tan simple como que se las encomendamos a Dios, desde el cielo se puede guiar mejor a la familia y que jamás les falte nada”. 

 

Qué respuesta tan llena de fe. Y tú, ¿realmente confías en la Divina providencia? ¿O te preocupa no acumular suficientes bienes?

Ya en el panteón y espaldas contra el paredón, Ezequiel miró a su hermano y le dijo: “Les perdonamos, ¿verdad? Nos vemos en el cielo Salvador”.

Y comenzó a cantar con su imponente voz “Que viva mi Cristo, que viva mi Rey, que impere doquiera triunfante su ley, viva Cristo Rey, viva Cristo Rey” enseguida le dispararon.

Salvador, con mucha calma se persignó ante el cuerpo acribillado de su hermano y dijo: “Te venero, hermano, porque ya eres un mártir de Cristo” y tomando una vela encendida que llevaba el velador del panteón, se rasgó la camisa y se dirigió a los soldados:

“Les pongo esta vela en mi corazón para que no falléis ante este corazón que tanto ha amado a Cristo, su Rey, su Dios”. 

 

Una descarga de fusiles se oyó y cayó muerto.

Los hermanos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez fueron beatificados como Mártires de la Fe, por mandato del papa Benedicto XVI, el 20 de noviembre de 2005 en Guadalajara.

Ahora que conoces estas vidas ejemplares, no dudes en tomar las riendas de la espiritualidad en tu familia, recuerda que como padre, eres su guía y ejemplo.

A diario, al menos con una pequeña oración, agradece y encomienda a Dios todo lo que eres y lo que tienes. Recuerda que la santidad está al alcance de todos y el próximo santo ¡eres tú!

Oración.

Queridos Beatos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, ponemos en sus manos a todos los matrimonios que están escuchando esta cápsula.

Les pedimos que intercedan por nosotros para que a imitación suya nos entreguemos al servicio de Dios, con plena confianza en su providencia y misericordia. Amén.

Si quieres conocer más sobre Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, da click en el siguiente enlace: Beatificación de 13 mártires mexicanos.

El próximo santo ¡eres tú!

Vania Hernández.

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