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Donde termina el ego, comienza el encuentro

Introducción

Desde los inicios de la filosofía, el ser humano ha intentado descifrar el misterio de su propia conciencia.

Sócrates invitaba a “conocerse a sí mismo” como el principio de toda sabiduría.

Aristóteles, por su parte, hablaba del justo medio como la virtud de quien domina sus pasiones y orienta su actuar hacia el bien.

Y siglos más tarde, Epicuro proponía la serenidad interior como la meta de una vida bien vivida.

En todas estas visiones antiguas sobresale una misma inquietud: la búsqueda del equilibrio entre el yo que desea y el yo que comprende.

Ese equilibrio —difícil y frágil— es precisamente el terreno donde hoy seguimos librando una de las batallas más sutiles: la gestión del ego.

Psicólogos católicos 19
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El ego disfrazado: entre la autoestima y el éxito

El ego, disfrazado de autoestima o de éxito, se infiltra sutilmente en la forma en que pensamos, actuamos y nos relacionamos.

Sin embargo, lo que en apariencia fortalece, en el fondo nos debilita.

Es esa voz interna que insiste en priorizarnos sobre los demás, que magnifica los logros y las heridas, y que, en muchos casos, nos mantiene atrapados en la autocomplacencia o en la autocompasión, hoy en día lo llamaríamos, en la victimización.

El ego, entendido como la imagen que construimos de nosotros mismos, puede ser tanto una brújula como una trampa.

Nos da identidad, nos organiza internamente, pero también puede encerrarnos en la defensa constante de esa imagen.

Cuando domina, el ego nos impide ver al otro; convierte la colaboración en competencia y la escucha en un monólogo.

En los entornos profesionales, erosiona equipos y relaciones; en el ámbito sentimental, levanta muros donde antes había puentes; y en la familia, su ruido silencia lo esencial: el amor, la empatía y la comprensión.

Comprender el ego

A lo largo del siglo XX, pensadores como Carl Rogers propusieron un nuevo camino para reconciliarnos con nuestro yo interior.

Rogers afirmaba que el ser humano crece cuando se siente aceptado incondicionalmente, cuando puede mostrarse auténtico sin miedo al juicio.

Sin embargo, esa aceptación no elimina el ego, sino que lo integra: el yo deja de ser una máscara y se convierte en un proceso vivo, en construcción permanente.

Más adelante, Jacques Lacan retoma este diálogo desde el psicoanálisis para recordarnos que el ego vive atrapado entre lo imaginario y lo real: entre lo que quisiéramos ser —esa imagen idealizada que proyectamos— y lo que verdaderamente somos, con nuestras luces y sombras.

Para Lacan, la madurez consiste en reconocer esa distancia sin negarla. Aceptar esa tensión es, en el fondo, reconciliarnos con nuestra propia humanidad.

Cuando comprendemos que la perfección no es posible, y que la plenitud surge del equilibrio entre lo que anhelamos y lo que realmente somos, comenzamos a vivir desde la verdad interior, no desde la apariencia.

Educar el ego

En la actualidad, el reto del ego sigue siendo el mismo, pero con un nuevo rostro.

Vivimos en una era donde la exposición pública y el reconocimiento inmediato alimentan una autoimagen artificial.

La validación externa se ha vuelto la moneda de cambio del valor personal.

Sin embargo, el desarrollo humano exige una dirección contraria: pasar del yo que se impone al yo que se comprende, del ego que exige al ego que escucha.

Gestionar el ego no significa eliminarlo, sino educarlo. Significa ponerlo al servicio del crecimiento, no del poder; del encuentro, no del control.

Un ego educado nos permite reconocer el valor del otro sin sentirnos amenazados; colaborar sin competir; amar sin poseer.

Y ahí donde hay escucha, humildad y propósito compartido, el ego deja de ser obstáculo para convertirse en energía transformadora.

La gestión del ego no es un proceso meramente intelectual, sino una práctica diaria de autoconciencia y ajuste de actitudes.

El pensamiento estoico, retomado por autores como Ryan Holiday, nos recuerda que el ego no desaparece por la instrucción teórica: debemos practicar la humildad, aceptar nuestra vulnerabilidad y enfocarnos en el servicio y la contribución antes que en la gloria personal.

Cinco claves para gestionar el ego con sabiduría

  1. Reconoce el origen emocional de tu ego. Detrás del orgullo o la necesidad de control suele haber una herida no atendida: la del miedo al rechazo o a la insignificancia.

    Observar con honestidad esas raíces permite comprender nuestras reacciones sin juzgarlas.

    Como diría Aquilino Polaino, “no se domina lo que no se conoce”. El primer paso para dominar el ego es reconocerlo.

  2. Detén la reacción automática. El ego actúa en milésimas de segundo: interrumpe, se defiende, contraataca.

    Practica para detener la reacción: respira, da un paso atrás y escucha antes de responder.

    Esa pausa consciente transforma el impulso en elección, y la elección en madurez.

  3. Aprende a disolver el ego con actos concretos de humildad. La humildad no se predica, se practica.

    Escuchar sin interrumpir, pedir ayuda, reconocer el talento ajeno, ceder la última palabra: cada gesto de humildad educa al ego y fortalece el carácter.

    No hay mayor grandeza que saber ocupar el propio lugar sin necesidad de sobresalir.

  4. Vive desde el propósito, no desde la comparación. El ego se alimenta de competir, comparar y aparentar.

    El propósito, en cambio, nos centra. Cuando actuamos desde el sentido —no desde la necesidad de aprobación— el ego pierde fuerza.

    El doctor Puig insiste: “solo quien tiene un porqué, soporta cualquier cómo”. Recordar tu propósito en momentos de tensión te protege del orgullo y la reactividad.

  5. Convierte la autocrítica en crecimiento interior. No se trata de anular al ego, sino de usarlo como espejo.

    Cada vez que notes celos, irritación o vanidad, pregúntate: ¿Qué parte de mí necesita madurar para que esto deje de dolerme?

    El ego puede ser un maestro incómodo, pero un gran aliado si aprendemos de lo que nos revela.

El ego como espejo y camino de crecimiento

El ego puede ser un ruido constante, pero también es un espejo: nos muestra dónde estamos atrapados y hacia dónde debemos crecer.

Aprender a escucharnos de verdad, sin filtros ni defensas, es el primer paso hacia relaciones más auténticas, equipos más cohesionados y familias más resilientes.

Como nos recordaban los antiguos: El desafío no es eliminar el ego, sino escucharlo hasta que se transforme en sabiduría.

Porque en el silencio que queda cuando cesa su ruido, aparece la verdad más honda de quienes somos.

Quizá ahí —en ese instante de quietud interior— comprendamos que no se trata de vencer al ego, sino de reconciliarnos con él para vivir desde el ser, no desde la apariencia.

Y solo entonces, podremos mirar al otro sin máscaras y construir relaciones más libres, más humanas y más verdaderas.

Recuerda, al final de todo, el ego divide, pero el amor integra. Y solo quien integra puede construir relaciones sanas, duraderas y felices.

Soy Sergio Cazadero y te quiero compartir, cómo hacer para crecer.

MCEF Sergio C, Sergio Cazadero (Mentoría)

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Sergio Cazadero

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