¿Alguna vez te has preguntado por qué algunos niños parecen recuperarse de los tropiezos con una facilidad asombrosa, mientras que otros se quedan atrapados en la frustración o la tristeza?
La respuesta, en gran parte, se encuentra en algo que la Terapia Cognitivo Conductual (TCC) llama creencias centrales.
Imagina un edificio.
Las paredes, el techo y los muebles son importantes, pero lo que realmente lo sostiene y lo hace resistente a un terremoto son sus cimientos.
De la misma manera, las creencias centrales son los cimientos de nuestra psique. Son las ideas más profundas y arraigadas que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo.
Y al igual que unos cimientos sólidos son vitales para un edificio, unas creencias centrales positivas son esenciales para una vida feliz, resiliente y plena.
En este post, vamos a desentrañar el concepto de las creencias centrales, entender por qué son tan cruciales para el desarrollo de nuestros hijos y, lo más importante, te daremos una guía práctica y sencilla para ayudarlos a construir esos cimientos de fortaleza mental y emocional.
¿Qué son las Creencias Centrales según la Terapia Cognitivo Conductual (TCC)?
La TCC es un enfoque terapéutico que se centra en la conexión entre nuestros pensamientos, emociones y comportamientos.
Postula que nuestros problemas emocionales y de conducta a menudo se derivan de patrones de pensamiento disfuncionales.
Dentro de este marco, las creencias centrales son el núcleo de nuestro sistema de pensamiento.
Se dividen en tres grandes categorías:
- Creencias sobre uno mismo: Son las ideas que tenemos acerca de nuestra propia valía, capacidad y características.
Ejemplos de creencias centrales positivas son: “Soy valioso/a”, “Soy capaz”, “Merezco amor”.
Ejemplos de creencias centrales negativas son: “No soy lo suficientemente bueno/a”, “Soy un/a fracaso”, “No soy digno/a de amor”.
- Creencias sobre los demás: Son las generalizaciones que hacemos sobre la gente que nos rodea.
Ejemplos de creencias positivas: “La gente es amable”, “Se puede confiar en los demás”.
Ejemplos de creencias negativas: “La gente es peligrosa”, “Nadie me entiende”, “La gente me va a traicionar”.
- Creencias sobre el mundo: Son nuestras ideas sobre cómo funciona la vida en general.
Ejemplos de creencias positivas: “El mundo es un lugar seguro”, “La vida es una aventura”.
Ejemplos de creencias negativas: “El mundo es un lugar hostil”, “La vida es injusta”.
Estas creencias no son pensamientos fugaces.
Son profundas, inconscientes y se manifiestan en nuestra vida cotidiana a través de pensamientos automáticos.
Por ejemplo, un niño con la creencia central “Soy un fracaso” podría tener pensamientos automáticos como: “No voy a aprobar este examen”, “Mi dibujo es horrible”, “Nadie quiere jugar conmigo”.
Estos pensamientos, a su vez, alimentan emociones como la ansiedad o la tristeza y comportamientos como evitar las tareas o aislarse.
La TCC nos enseña que cambiar los pensamientos automáticos es importante, pero el verdadero cambio duradero ocurre cuando logramos modificar las creencias centrales.
Es como arrancar la mala hierba desde la raíz, en lugar de solo cortar las hojas
¿Por qué es tan crucial fomentar creencias centrales positivas en nuestros hijos?
La infancia es el período dorado para la formación de estas creencias. Las experiencias que viven nuestros hijos, la manera en que interpretan el mundo y el feedback que reciben de los adultos más cercanos, se filtran y solidifican en estas ideas fundamentales.
Fomentar creencias centrales positivas en un niño es, en esencia, regalarle un escudo y una espada para la vida.
- Resiliencia: Un niño con la creencia central “Soy capaz” no se desmorona ante un fracaso. En cambio, lo ve como una oportunidad para aprender y mejorar.
No es que no sienta frustración, pero su creencia lo impulsa a intentarlo de nuevo. - Autoconfianza y autoestima: Las creencias positivas son el combustible de una sana autoestima.
Un niño que se siente valioso y digno de amor tiene la confianza para probar cosas nuevas, expresar sus opiniones y construir relaciones saludables. - Salud mental: La TCC ha demostrado que las creencias centrales negativas son un factor de riesgo para desarrollar ansiedad, depresión y otros trastornos de salud mental en la adolescencia y la adultez.
Fomentar creencias positivas es una inversión en el bienestar mental a largo plazo de nuestros hijos. - Habilidades sociales: Si un niño cree que los demás son confiables y que él es digno de ser querido, se acercará a otros con una actitud abierta y amigable, lo que facilita la construcción de amistades duraderas.
¿Cómo y por qué fomentarlas en nuestros hijos? Una guía práctica
Ahora que entendemos la importancia de este tema, ¿cómo podemos pasar de la teoría a la práctica? Aquí tienes una hoja de ruta con estrategias sencillas y efectivas:
- Sé un espejo positivo (y realista):
Tu hijo no nace con creencias. Las desarrolla a partir de lo que ve y escucha.Tú eres su primer espejo. En lugar de solo decir “qué lindo dibujo”, sé más específico: “Me encanta cómo has usado el color azul. ¡Eres muy creativo!”.
Elige el elogio del esfuerzo sobre el del resultado. En lugar de “eres muy inteligente”, prueba con “has trabajado mucho en ese problema, ¡y lo has logrado!”.
Esto fomenta la creencia de que el éxito se debe al esfuerzo y no a una cualidad inmutable.
- Permite el error y el fracaso:
El miedo al fracaso es uno de los mayores enemigos de las creencias positivas. Cuando un niño comete un error, no lo veas como algo negativo.En cambio, enmarca el fracaso como una oportunidad de aprendizaje. Di algo como: “A veces las cosas no salen como queremos, pero eso no significa que no seas capaz.
¿Qué podemos aprender de esto para la próxima vez?”. Esta actitud le enseña que el error no define su valía.
- Practica el “re-encuadre” de pensamientos:
Cuando escuches a tu hijo decir algo como “Soy tonto, no puedo hacer esto”, en lugar de simplemente negarlo (“No, no eres tonto”), ayúdalo a cuestionar ese pensamiento.Pregúntale: “¿Qué te hace pensar eso? ¿Hay alguna otra forma de verlo?”.
Por ejemplo: “Tal vez no lo has logrado todavía, pero recuerda lo mucho que practicaste y lo cerca que estuviste. ¿Qué pasaría si lo intentaras de nuevo?”.
- Modela la autocompasión:
Nuestros hijos aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos. Si te escuchan ser excesivamente crítico contigo mismo (“Qué tonta soy, se me olvidó la cita”), les estás enseñando a hacer lo mismo.
En cambio, cuando cometas un error, modélale la autocompasión: “Vaya, se me olvidó la cita.
Está bien, a todos nos pasa. Voy a poner una alarma para la próxima vez”. Esto le enseña que la autocrítica no es necesaria.
- Fomenta la autonomía y la toma de decisiones:
Darle a tu hijo la oportunidad de tomar decisiones apropiadas para su edad (qué ropa ponerse, qué libro leer) le ayuda a desarrollar un sentido de competencia y control sobre su vida.
Esto refuerza la creencia central “Soy capaz”. Cuando tu hijo resuelve un problema por sí mismo (por ejemplo, cómo construir una torre con bloques), celebra su ingenio y su esfuerzo, no solo el resultado final.
- Escucha activamente sus sentimientos:
Validar los sentimientos de tu hijo es fundamental. Cuando está triste, enojado o frustrado, en lugar de decir “no te pongas así”, dile:“Entiendo que te sientas frustrado porque no puedes abrir la caja. Es normal sentir eso”.
Esta validación enseña que sus emociones son válidas y que él, como ser humano, es digno de comprensión y respeto, lo que fortalece la creencia “Soy valioso”.
- Modela la autocompasión:
Conclusión: Un legado que dura toda la vida
Fomentar creencias centrales positivas en nuestros hijos no es un truco de crianza; es un legado que les estamos dejando.
Es la base para que crezcan en adultos felices, resilientes, seguros de sí mismos y capaces de enfrentar los desafíos de la vida con optimismo y fortaleza.
No se trata de crear un “caparazón” para que nunca sufran, sino de darles las herramientas internas para que, cuando inevitablemente tropiecen, tengan la certeza interior de que son capaces de levantarse, aprender y seguir adelante.
Empieza hoy. Pequeños cambios en la forma en que hablamos, escuchamos y reaccionamos pueden tener un impacto monumental.
La próxima vez que tu hijo se enfrente a un desafío, recuerda: no solo está tratando de resolver un problema, está construyendo los cimientos de lo que será.
Y tú, como padre, tienes el privilegio de ser el arquitecto de ese futuro brillante.
Soy María Martínez y puedo ayudarte con este y otros temas









