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No seas un hombre del mundo, sé un hombre de Dios

La masculinidad está en crisis

A pesar de que nuestra sociedad tiene fundamentos católicos, ninguna cultura, por más profundas que sean sus raíces cristianas, es inmune a la corrupción de las verdades a medias y el efecto devastador del pecado. “Ser hombre de Dios”

Cada hombre, y en particular hoy, debe llegar a una aceptación madura de lo que significa ser hombre.

De manera sutil, somos tentados a mirar a los famosos u hombres influyentes del mundo para buscar nuestra identidad como hombres, y el mundo nos presenta una visión muy limitada y en ocasiones inmadura de lo que es ser un hombre.

Ningún atleta, no importa sus trofeos, ningún líder político, no importa cuánto poder tenga, ningún artista o celebridad, aunque sea alabada por sus músculos, inteligencia, talento, premios o logros.

Y ningún hombre en particular, pueden reflejar una versión de la masculinidad en profundidad sin antes encontrar su camino hacia Dios. 

Es por esto por lo que en el presente artículo profundizaremos en 5 aspectos que diferencian a un hombre según los criterios del mundo, de un hombre según los criterios de Dios. 

Psicólogos católicos 1
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1.- Un hombre del mundo es pasivo y un hombre de Dios es activo

Desde que somos pequeños se nos enseña en las escuelas, con nuestras familias, en nuestra sociedad o en cualquier otro medio, que los hombres debemos de ser “buenos” para lograr cumplir con nuestro rol.

Pensando que nos enseñaron valores, la verdad refleja lo contrario.

Al tratar de controlar o limitar lo salvaje del alma de un hombre, resulta muy devastador para la masculinidad del hombre.

Alguna vez te has preguntado: ¿por qué no obtengo el trabajo que quiero si soy buen empleado?.

¿Por qué no le gusto a las chicas que me gustan o, en su caso, por qué no le gusto a ninguna?

¿Por qué los demás hombres sí obtienen esas cosas?, ¿por qué no encuentro un sentido en mi vida?, ¿por qué, si hago todo lo que me dicen, no obtengo lo que en verdad quiero?.

Es probable que hayas pensado que, si eres bien portado, si le caes bien a todo el mundo, si eres honesto, si eres agradable.

Si cedes para no tener conflictos, si eres “tolerante” y no dices lo que en verdad piensas para no ofender a nadie, si te esfuerzas para dejar una buena imagen en los demás, si te esfuerzas para agradar a los demás, serías un buen hombre.

Pero en realidad estas conductas reflejan a un hombre pasivo

 

El problema es que podemos confundir el ser amable, educado, servicial y responsable con la neutralidad, el miedo, la inactividad y la aceptación de las acciones y opiniones de los demás sin decir nada, no recibir nada o no hacer nada al respecto.

Esta actitud nos llevará a “no meternos en una pelea, pero terminar con el ojo morado” y, en lugar de reflejar valores o principios, muestra debilidad, miedo, falta de confianza y este tipo de hombres siempre terminarán al último.

Por su parte, Dios nos llama a lo contrario. En el alma masculina, Dios puso deseos de aventura, riesgo, enfrentamiento, anhelo de alcanzar lo bello, deseo de conquista de una bella dama.

También puso un corazón salvaje que es violento y apasionado, que busca con valentía enfrentar el mal y que no teme el peligro que conlleva.

No es extraño ver como un niño siempre quiere ser un guerrero o algún tipo de superhéroe cuando juega y hoy en día, tristemente, muchos hombres católicos parecen leones encerrados en una jaula de zoológico.

A diferencia de alguien pasivo, Jesús, al estar en la tierra, mostró una inmensa pasión en su corazón al rescatarnos; se convirtió en nuestro héroe.

Mostró que decía lo que pensaba al exhibir y confrontar la hipocresía de los fariseos y escribas, sin temor a ser rechazado.

Jesús no solo era alguien agradable, sino que también demostró su gran capacidad de influenciar a las demás personas; se enfrentó al mal sin rechazar las consecuencias, aunque estas implicaran un gran peligro y sufrimiento. 

Si seguimos analizando las acciones de Jesús, podemos ver un hombre activo, que es capaz de vivir en coherencia con sus valores, no le importan los juicios de los demás, que no teme estar en problemas, pelea por lo que más ama.

Es activo, está en constante pelea, incluso si implica romper algunas reglas, ser rebelde o no caer bien.

La actividad de un hombre demuestra su coraje, su pasión y valentía, que profundizaremos con más detalle en el siguiente punto.

2.- Un hombre del mundo se cree valiente y un hombre de Dios lo descubre

Los valientes tienen un lugar asegurado en el cielo.

En el punto anterior profundizamos sobre la actividad que debe tener un hombre de Dios al momento de vivir sus valores y que esto nos llevará a tener posibles problemas, confrontaciones, sufrir consecuencias negativas y ser heridos.

La mayor razón de no responder al llamado como hombres es el miedo.

Cuando uno olvida su naturaleza de hombre, actúa como Adán después de comer del fruto prohibido en el jardín del Edén, se esconde debido al miedo que siente.

Sin embargo, Dios, al otorgarle su semejanza al hombre, lo volvió por naturaleza un guerrero, pues, como sabrás, en el mundo existen varias injusticias, violencia, pecado, maldad que impiden el crecimiento del reino de Dios.

Dios nos llama a dar una batalla, ya sea explorando, confrontando, conquistando o conservando. 

Es normal que sintamos miedo o sensaciones de insuficiencia.

Lo que no está permitido es quedarnos donde estamos sintiéndonos seguros y no buscar llegar más lejos.

Aunque implique enfrentarnos a nosotros mismos, a un mundo que está en continua disputa con Dios, nuestras heridas (profundizaré más en el punto 3), nuestro pecado y nuestros miedos.  

Como quisiéramos ser valientes y fuertes y que nada nos afectara, pero la realidad es distinta.

Cualquier hombre del mundo estaría muy feliz de quedarse donde está y fingir que es valiente, presumiendo que en su vida “todo está bien y en orden”, ignorando la realidad de no estar cerca de obtener lo que más anhela su corazón. 

Este hombre cree que conquistó, pero solo se está conformando.

Sabe que no está bien, pero no lo quiere admitir, no reconoce sus defectos y no hace nada para mejorar como persona.

Está lejos de conquistar y lograr sus deseos más profundos del corazón porque no está dispuesto a sufrir por ello.

Este hombre, del mundo, es un cobarde; no se hace responsable de quién es y de lo que está llamado a ser. 

Un hombre de Dios va más allá de lo deseado, se atreve a pisar terrenos donde su fuerza y su inteligencia no son suficientes y solo puede triunfar debido a la gracia de Dios.

Este hombre deja todo lo que conoce y va a lo desconocido. 

La verdad que Dios nos revela a nosotros, sus hijos, es que no se puede ser valiente ni fuerte si negamos nuestras batallas a pelear.

Aunque impliquen dolor, sacrificio, conflicto, no tener el control, admitir que estamos equivocados, reconocer que estamos heridos y depender de Dios.

Si sientes miedo o temor, es normal; un valiente no es quien no siente miedo, sino quien siente miedo y aun así se lanza a la pelea.

Esto no solo lo hace valiente, sino un hombre de Dios

La realidad es que un hombre, hasta que no sepa y no se sienta un hombre, siempre tratará de probarlo. 

Es muy fácil caer en vanagloria y pensar que un verdadero hombre triunfa sin esfuerzo, fácil, al primer intento lo logra y sin descuidar su personalidad encantadora o su buen peinado como en las películas que vemos.

Pero un hombre de verdad se permite caer, sufrir, equivocarse, estar vulnerable, pedir ayuda, permite sentir sentimientos de tristeza o enojo, ser consolado y estar todo el tiempo necesitado de Dios.

Lo hace porque en su corazón es más fuerte el anhelo de amar a una mujer de Dios, desarrollarse al tener éxito laboral y lograr cumplir con su destino.

Una de las principales batallas de un hombre es consigo mismo, en sus heridas; en el siguiente punto descubriremos la importancia de enfrentar nuestras heridas si queremos triunfar en la vida.

hombre, Dios

3.-Un hombre del mundo ignora sus heridas y un hombre de Dios enfrenta sus heridas

Uno de los mayores obstáculos para que un hombre pueda dominarse a sí mismo son las heridas que tiene.

Crecimos en una sociedad influenciada con varios obstáculos para desarrollarnos como hombres como lo son:

El feminismo, la ideología de género, la hipersexualización, la pornografía, las presiones sociales, la ausencia paternal en casa, ya sea que se creció sin un papá o con un padre ausente emocionalmente. 

Tristemente, hoy en día, se piensa que la masculinidad equivale al machismo y, gracias a esta idea, varios hombres “influyentes” han permitido feminizarse, negando su espíritu salvaje y la gran batalla y responsabilidad de controlarla.

Y lo peor de todo es que hoy en día cada vez son más los sistemas educacionales que etiquetan a la masculinidad como “tóxica”.

Pero con la gracia de Dios podemos descubrir que esto no es así.

Por otro lado, un hombre con conductas machistas como el no permitirse sentir, no permitirse ser ayudado, no permitirse estar vulnerable, que tiene acciones, palabras o ideas que menosprecian a una mujer, que es mujeriego y no controla su enojo y carácter, entre otras.

Es un hombre que no ha lidiado con sus heridas y tiene problemas de identidad, complejo de autosuficiencia, dureza en su corazón y mide su hombría en una lista de cosas que tiene que hacer y, si no cumple con la lista, entonces, no es un hombre. 

Teniendo una masculinidad herida que equivale al machismo, o una “huida” del llamado a ser hombres reflejado en la feminización de los hombres promovida por movimientos radicales, adicción o consumo de pornografía.

No dejarse amar, sentirse insuficiente, tener miedo a cualquier tipo de compromiso, no controlar tus impulsos de impotencia o ira, no aceptarse como uno es, tener encuentros sexuales casuales.

No saber qué es lo que quieres, depresión, ansiedad, buscar satisfacer a todos, emborracharse, tener atracones de comida.

Hacer ejercicio en exceso y una esclavización por parte de cualquier tipo de pecado son productos de un hombre que no ha trabajado con sus heridas y le hacen actuar, pensar y sentir como un hombre lejos de Dios, un hombre del mundo. 

Un hombre de Dios se permite experimentar la sanación paternal de Dios

Haré énfasis en la palabra “paternal”, este lado masculino de Dios, ya que si enfrentas tus heridas descubrirás que una mayor parte de tus heridas son causadas o contagiadas por tu padre biológico.

La identidad de papá genera seguridad, identidad y autocontrol; el hijo debe aprender del ejemplo de su padre cómo dominar o enfrentar las adversidades para sentirse poderoso, peligroso, capaz y suficiente.

En muchas ocasiones no se logra que el hijo se sienta así debido a un padre ausente, una mala relación con él, la incapacidad de profundizar en una relación por parte del padre, del hijo o de ambos, ignorancia de las heridas, etc.

Este punto no es para generar rencor hacia tu padre; muchas de las heridas que él te transmitió son debido a que tu padre también fue herido o no fue consciente de sus heridas.

La buena noticia aquí es que Dios es nuestro padre y en él no existe ningún tipo de maldad; se encuentra en lo más profundo y doloroso de nuestro ser.

Con inmensos deseos de sanarnos, pero para esto, las heridas deben ser reconocidas y trabajadas para poder sanar y convertirnos en hombres de Dios. 

Si no enfrentamos nuestras heridas, estas dominarán nuestra vida de manera inconsciente y corremos el riesgo de herir a los demás en una forma parecida a las heridas que nos hicieron.

Ya sean por algún acontecimiento que nos pasó o por la ausencia de algo que era fundamental para nuestro desarrollo como hombres.

Herida que no se trabaja se transmite. Y no solo eso, las heridas sin trabajar nos ponen máscaras, un falso “yo” que impide dejarnos amar por quienes en verdad somos, llevándonos al siguiente punto.

Psicólogos católicos 2
Psicólogos católicos 2

4.- Un hombre del mundo mendiga amor y un hombre de Dios se sabe amado

Cuando estoy en mi consultorio escuchando las problemáticas de varios hombres, es muy común escuchar la sensación de no sentirse “suficiente” en los retos y demandas de la vida en general; por supuesto, el amor no se queda atrás.

Los hombres que nacieron un poco antes y después del año 2000 tienen una gran necesidad del corazón de Cristo para conocer a Dios y conocerse a sí mismos.

En el capítulo anterior expliqué con más detalle cómo nuestras heridas afectan nuestra vida.

Estas mismas son las que nos pueden crear esta terrible sensación de insuficiencia y, por consecuencia, nos construimos una falsa identidad hacia nuestra persona para sentirnos más seguros con la esperanza de lograr ser suficientes.

Estas máscaras están llenas de apariencias, disimulos, engaño y dañan y pervierten al corazón de cualquier hombre.

Y entonces, es más frecuente que los hombres se sientan avergonzados de quienes son en realidad, con una poca introspectiva hacia su interior. 

Para nuestro crecimiento como hombres de Dios, es fundamental hacer el viaje hacia nuestro propio corazón.

Allí las apariencias no existen y no se puede engañar o disimular porque nuestro corazón es lo más genuino de nuestro ser y solo en ese lugar es donde podemos conocernos a nosotros mismos y aprender a sentirnos amados para después amar.

Si no llegas a tu corazón, estarás lejos de ti mismo.

La verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón; todo lo que es valioso, con duración y solidez, nace del corazón.

Sobre todo, las relaciones con los demás, porque de ahí se genera cualquier vínculo auténtico con los demás y es el mismo corazón que hace que los otros salgan a nuestro encuentro en lo más importante, el amor. 

En este lugar tan amplio donde nos encontramos a nosotros mismos, también está Dios

Nuestro corazón es donde nos podemos sentir únicos, valorados y reconocidos por el amor que sale del corazón de Cristo, que no cae en engaños o en disimulos.

Más bien, nos ama por quienes somos en realidad. 

Lo que más espera Cristo en nuestro corazón es tener un diálogo amistoso de corazón a corazón.

El Señor nos salva, sobre todo, hablando a nuestro corazón. La religión es lo que educa, ordena y prepara al corazón para salir a ese encuentro con la finalidad de lograr una relación auténtica con Dios.

Él es la única persona que siempre nos amó, nos ama y nos amará por quienes somos en realidad, nuestro gran enamorado que ha dado todo por estar con nosotros. 

En ese encuentro tan especial es donde se revelan los mayores secretos de la identidad de Dios que inútilmente intentamos descubrir por medio de la razón y de la lógica.

Los más grandes misterios de la vida y de Dios se revelan por medio de la escucha activa del corazón del hombre.

Es una gracia del Espíritu Santo poder tener un encuentro; así, cuando este se logra, estaremos llenos de su amor hacia nuestra verdadera identidad.

Y no necesitaremos más aprobación, validación o reconocimiento de una mujer, nuestros amigos, de la sociedad o de alguien más y es cuando nos aceptaremos como somos y lo más importante, seremos amados por nuestra verdadera identidad.

Cuando el amor reina en un hombre, este alcanzará su identidad plena en cuanto a la semejanza de Cristo y hará que todo lo que haga en su vida nazca del amor y toda acción hecha con amor agrada a Dios.

A diferencia de un hombre del mundo que no se siente amado por quién es y disimula ser alguien más para serlo.

Este hombre lleno del amor de Dios estará listo para salir al encuentro de los demás corazones, en su familia, en sus amigos, su fraternidad y, evidentemente, en una mujer.

Lograr este estado de plenitud, gracias a la apertura y confianza del corazón de Cristo, formará una vida al servicio de otros, lo que nos lleva al último punto. 

hombre, Dios

5.-Un hombre del mundo vive para él y un hombre de Dios vive para los demás

Jesús, al encarnarse en el sexo masculino, se convirtió en nuestro principal modelo de masculinidad.

Cada detalle en su vida en la tierra es una enseñanza a la que los hombres debemos prestar atención si queremos llegar a formarnos como hombres de Dios.

Cuando analizamos la vida de Jesucristo cuando estuvo en la tierra, podemos encontrar que su vida estaba entregada al servicio de los demás.

En el punto anterior se analizó cómo el corazón del hombre, cuando comienza a dejarse amar, encuentra su verdadera identidad como hombre por medio del amor y de la gracia de Dios.

Que lo convierten en una fuente llena de amor, provocando que cada acción que realice esté fundamentada en el cariño y afecto.

Cuando se trata de Dios, es más meritorio el recibir mucho de él para después dar mucho hacia las personas que nos rodean, en especial a nuestras familias.

Pero estas gracias no van a venir si no estamos dispuestos a dar la vida como Jesús la dio por los demás. Jesucristo pide amor.

Él desea que devolvamos el amor que recibimos por su parte por medio de nuestros hermanos. 

Hoy en día observamos a una gran cantidad de hombres en el mundo que le tienen miedo al servicio y la entrega plena hacia los demás, ya que implica una enorme responsabilidad y humildad.

Cualquier varón que está alejado de su Dios solo busca la trascendencia personal por mérito propio para su beneficio o por recibir el reconocimiento o admiración por parte de los demás; confunde el amor propio con el egoísmo.

Pero un hombre de Dios que se deja moldear por Jesús no puede comportarse así; debe renunciar a estos deseos de vanagloria o reorientarlos.

 

No está mal buscar mejorar como personas y querer lograr grandes cosas en nuestro tiempo en la tierra, siempre y cuando estos deseos nos lleven a estar al servicio de los demás. 

Cuando buscamos ser alguien en la vida, corremos el riesgo de caer en la vanagloria y en el individualismo, generando una pérdida del deseo de alguien.

Cuando se pierde el deseo del otro es cuando somos incapaces de formar relaciones sanas y duraderas.

Un hombre, como ser humano, logra su mayor potencial en todos sus dones, cualidades y virtudes cuando las pone al servicio de los demás.

No importa que la acción sea grande o pequeña; si se hace desde el corazón, se convierte en algo extraordinario, desde nuestra rutina diaria hasta las tareas con más responsabilidades e importancia de nuestras vidas.

No alcanzaremos nuestra humanidad plena si no salimos de nosotros mismos; si llegamos a salir de nosotros mismos, amaremos. 

Los hombres del mundo en muchas ocasiones pueden engañarnos con sus premios, reconocimientos, talentos, su apariencia física, músculos, etc.

Pero muy en el fondo viven el miedo egoísta de no poder tener una relación de entrega hacia los demás, especialmente hacia el sexo femenino.

La verdadera masculinidad viene acompañada de la entrega continua; cada área de un hombre, desde la espiritual, psicológica, la física, la social y la moral, está destinada para la entrega.

En pocas palabras, un hombre que trabaja en estas áreas para fortalecerlas para llegar a su desenlace de entrega es un hombre de Dios. 

Consejos prácticos y listas 

  • Encuentra una fraternidad: Pertenecer a un grupo de hombres de tu edad aproximadamente te ayudará y fortalecerá en este camino de masculinidad hacia Dios. Muy probablemente estarás encontrando obstáculos similares que tus compañeros, por lo que será más fácil sentirse cómodo y encontrar un apoyo adecuado. 
  • Inicia una relación paternal con San José: San José es un gran santo que ejerció el rol de padre con Jesucristo. Siendo un santo muy importante, pero en ocasiones poco reconocido, San José es un modelo formidable de cómo debe ser un hombre de Dios, además, de ejercer un rol paternal hacia nosotros. 
  • Inicia un proceso terapéutico: Esto permitirá conocerte mejor, reconocer qué cosas debes de mejorar y crecer en maduración emocional. Sanar tus heridas te dará la oportunidad de vivir una vida con mayor calidad y libertad. Recuerda que la principal batalla de un hombre de Dios es contra sí mismo.
  • Cuida tu salud física: Haz ejercicio al menos 3 veces a la semana, duerme 8 horas cada noche y aliméntate saludablemente. Cuidar de nuestro cuerpo es un acto de amor propio; al mismo tiempo, ayudará a nuestra mente y espíritu a estar en armonía.
  • Entrega tu corazón a Dios: Él sabe perfectamente los deseos de tu corazón, él los puso allí. Un verdadero hombre de Dios ama a Dios sobre todas las cosas, confía en él y sabe que, aunque no entienda el proceso, no le guste o sea difícil de seguir, con Dios a su lado no existe manera que fracase en la vida. Permitir que Dios esté presente en cada área de tu vida te llevará a convertirte en el hombre que Jesús soñó cuando te formó.

Conclusión 

En la actualidad encontramos varios hombres aplaudidos y reconocidos por la sociedad, pero que muestran que les importan más sus estatus sociales que los valores que existen.

Que buscan ser aprobados por los demás, mendigan amor, son esclavos de sus impulsos o vicios, son machistas, son feminizados y sin sentido de identidad, se venden como valientes, pero en el fondo son cobardes, se creen maduros, pero sus heridas los controlan.

Estos son hombres que están lejos de Dios, de sí mismos y de su corazón, siendo pertenecientes del mundo. 

Siendo Jesús el hijo de Dios, qué cuando habitó en la tierra decidió venir con el sexo masculino, podemos ver cómo los hombres de Dios deben de ser.

Sin doblegarnos ante las presiones sociales o incluso políticas que atenten contra las enseñanzas de Dios.

Ser auténticos y coherentes con nuestros valores y conforme a nuestra personalidad, sin dejarnos influenciar por conductas o ideas contrarias a nuestra fe.

Con un continuo crecimiento de autocontrol, un profundo conocimiento del amor de Dios, indiferente a lo que los demás piensas de nosotros, un continuo servicio a los demás.

Aceptar el dolor y consecuencias por hacer lo correcto, ser superior a nuestros vicios y deseos perturbados por medio de la sanación de heridas.

Oración 

Señor, te pido en el nombre de Jesucristo que cada hermano que lea este artículo pueda hallar motivación, exhortación, trascendencia, crecimiento y claridad sobre cómo vivir su masculinidad.

Dios mío, bendito y alabado seas por tu gran humildad de hacer al hombre a tu imagen y semejanza.

Tú destinaste a varias almas a poseer un cuerpo y una mente masculina y, al encarnarte en el sexo masculino, nos has dado un gran ejemplo de masculinidad de caridad, sacrificio, liderazgo, valentía, ternura, fortaleza y castidad.

Te pido, Jesús, que nos des a mí y a mis hermanos, las gracias de imitar tu ejemplo y de cumplir con la gran responsabilidad y sacrificio que implica ser hombre para poder impactar de forma positiva nuestras sociedades, cuidar de nuestras comunidades católicas y que podamos extender tu reino en la tierra.

Que seamos hombres completos según tu imagen y semejanza para poder servir de manera adecuada a nuestros hermanos más necesitados, nuestras familias y a nuestras mujeres. Por Cristo nuestro Señor, amén.

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