Queridos novios que están a punto de unirse en matrimonio:
Es un momento maravilloso y lleno de esperanza el que están viviendo, pues el matrimonio no solo es la unión de dos personas, sino también el comienzo de un camino compartido de amor, compromiso y generosidad.
Como parte fundamental de esta unión, el tema de la sexualidad y la procreación cobra un lugar muy especial, pues en su relación con la vida conyugal, la sexualidad tiene un propósito profundo, más allá del deseo o la necesidad biológica.
A través de las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y la rica reflexión de San Juan Pablo II sobre la Teología del Cuerpo, es posible entender que la sexualidad en el matrimonio no es solo una expresión de amor, sino también un camino hacia la santidad y la plenitud de la persona.
Este mensaje es especialmente relevante para ustedes como novios que están a punto de comenzar una nueva etapa.
El plan de Dios para la sexualidad
El matrimonio, tal como lo entiende la Iglesia Católica, es una vocación divina, un camino en el que los esposos se convierten en cooperadores con Dios en la creación de nueva vida, pero también en el cultivo de la unidad y el amor.
La sexualidad humana, dentro del matrimonio, tiene dos dimensiones inseparables: la unidad de los esposos y la procreación de nueva vida.
En palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, el acto conyugal debe ser un acto de comunión total, que involucra tanto el cuerpo como el alma, y debe ser siempre abierto a la vida (CIC, 2362).
De acuerdo con el Catecismo, la sexualidad humana no es solo un impulso biológico, sino que tiene un valor profundamente humano y espiritual, ya que está orientada hacia la unidad de los esposos.
El amor conyugal, a través del acto sexual, expresa la entrega mutua de los esposos, que se hacen uno en el cuerpo y el alma, reflejando así la unidad profunda de la persona humana.
Este acto es un medio para unirse de manera integral, por lo que cada encuentro conyugal, en su autenticidad, tiene un valor sagrado.
Además de esta dimensión unitiva, el acto sexual también tiene una dimensión procreativa, que está orientada a la generación de nueva vida.
El Catecismo subraya que el acto sexual no debe ser visto únicamente como un medio para el placer, sino como una colaboración con Dios en el proceso de dar vida.
“La procreación de los hijos es el fruto natural de este acto conyugal y refleja el amor creador de Dios” (CIC, 2366).
Así, cuando el matrimonio está abierto a la vida, la sexualidad se convierte en una participación activa en el plan divino para el mundo.
La visión de San Juan Pablo II: La Teología del Cuerpo
San Juan Pablo II, en su famosa catequesis sobre la Teología del Cuerpo, profundiza en la relación entre el cuerpo, la sexualidad y la persona.
A través de su enseñanza, el Papa nos invita a ver nuestra sexualidad desde una perspectiva integral, que no la reduce a una función biológica, sino que la entiende como parte esencial de nuestra identidad como seres humanos, llamados al amor y a la vida.
Afirma que el cuerpo no es solo un objeto de deseo o una “cosa” que se usa, sino que es el lugar donde se revela nuestra persona.
El cuerpo es una “ventana” que permite que el ser humano se comunique con los demás y con Dios.
Nos enseña que en el acto sexual, los esposos no solo se unen físicamente, sino que se entregan mutuamente en su totalidad, reflejando así la unidad de la persona en cuerpo y alma.
Para los novios que están a punto de casarse, esto tiene un mensaje muy profundo.
En el acto sexual, no solo se expresa el deseo físico, sino también un amor profundo y desinteresado que está orientado al bien del otro.
San Juan Pablo II subraya que el acto sexual no puede reducirse solo al placer o al egoísmo; debe ser un acto de donación completa, un “lenguaje corporal” de amor, que da sentido tanto a la unidad como a la procreación.
Además, el Papa Juan Pablo II habla del “vacío de entrega” en la relación sexual.
En el matrimonio, cada acto sexual debe estar impregnado de generosidad, un don que nunca puede ser egoísta o superficial.
El acto sexual, por tanto, debe ser un signo de la unidad plena entre los esposos, que reflejan, con su entrega mutua, el amor de Dios por la humanidad.
La sexualidad y la dignidad humana
Es crucial comprender que, en la visión cristiana de la sexualidad, las personas son únicas, irrepetibles, invaluables, dignas y amables.
Cada ser humano es un reflejo del amor divino y, como tal, merece ser tratado con el máximo respeto y dignidad.
El acto sexual, por tanto, no puede tratar al otro como un objeto o un medio para un fin personal, sino que debe expresar siempre el respeto profundo y la reverencia hacia la otra persona.
San Juan Pablo II refuerza esta idea en su Teología del Cuerpo, afirmando que el amor conyugal sólo puede ser auténtico cuando los esposos se reconocen como seres únicos.
La sexualidad, entonces, no es un acto cualquiera; es un acto que implica el respeto mutuo y la dignidad de cada uno de los esposos.
El cuerpo no es un instrumento para satisfacer deseos individuales, sino que es un templo sagrado en el que se celebra el amor divino.
Por tanto, queridos novios, su sexualidad es algo mucho más grande que lo que pueden percibir a nivel superficial.
La sexualidad es una manifestación de su amor mutuo, un amor que debe estar orientado siempre al bien del otro.
El amor conyugal no se puede reducir a la satisfacción de deseos egoístas, sino que debe tener una dimensión trascendente, que busque el bien total del otro y la apertura a la vida.
Sexualidad, procreación y responsabilidad
La procreación, la capacidad de traer una nueva vida al mundo, es uno de los dones más grandes que el matrimonio les ofrece como esposos.
Este acto de generosidad con Dios, al colaborar en la creación de nueva vida, es un reflejo del amor creador del Creador.
Sin embargo, la procreación también está ligada a una profunda responsabilidad.
La Iglesia enseña que los esposos deben estar siempre abiertos a la vida, pero también son llamados a discernir de manera responsable cuándo y cómo acoger la vida.
Es importante que, como novios, comprendan que el actuar responsablemente en cuanto a la procreación implica respeto y conciencia de la vocación que tienen.
Esto no solo tiene que ver con la capacidad de tener hijos, sino con la disposición a educarlos en el amor, la fe y los valores que les permitan crecer como personas íntegras.
La sexualidad en el matrimonio, por lo tanto, no solo tiene que ver con el placer o la procreación, sino con la responsabilidad de crear un ambiente donde las nuevas vidas puedan crecer con amor, cuidado y respeto.
La sexualidad como camino de santidad
Finalmente, queridos novios, es fundamental recordar que la sexualidad en el matrimonio no es solo un acto biológico o emocional, sino un camino hacia la santidad.
El amor conyugal, cuando se vive en su plenitud y de acuerdo con el plan de Dios, es un medio para crecer en santidad, pues los esposos participan en la obra divina de la creación.
San Juan Pablo II enseña que la sexualidad es un lenguaje de amor que refleja la imagen de Dios en el mundo.
Al vivirla con responsabilidad, respeto y generosidad, el matrimonio se convierte en un camino de transformación, un espacio donde ambos se entregan mutuamente, buscando siempre el bien del otro.
Este amor es el que refleja el amor de Dios por la humanidad, un amor que es eterno, fiel y siempre generoso.
La sexualidad, cuando se vive de acuerdo con este plan divino, se convierte en una expresión de la plenitud humana y en un camino de santificación.
Conclusión
Queridos novios, al comenzar su camino hacia el matrimonio, recuerden siempre que su sexualidad es un don sagrado que debe ser vivido en el respeto profundo, el amor total y la apertura a la vida.
Ustedes son seres únicos, irrepetibles, invaluables, dignos y amables, creados para vivir en la plenitud del amor.
Al vivir su sexualidad dentro del matrimonio, recuerden que no solo están viviendo un amor humano, sino un amor que refleja el amor divino, un amor que se da totalmente y que, a través de la procreación, colabora con Dios en la creación de nueva vida.
Que su matrimonio sea un camino hacia la santidad, una expresión viva del amor que Dios tiene por cada uno de ustedes.
¡Que Dios los bendiga abundantemente en su unión!









