Batman, San Juan Pablo II y la justicia.
Quizá uno de los personajes más “conocidos” dentro de la cultura pop occidental, junto a Superman, es Batman.
Con casi 85 años de existencia desde su aparición en el número 27 de la revista Detective Comics en 1939, el alter ego del millonario Bruce Wayne ha tenido una exposición mediática enorme gracias a su paso de los cómics al cine y la televisión.
Sin embargo, pocas veces se ha explorado a profundidad los temas que han formado la psique del Caballero de la Noche: la pérdida, el duelo y cómo estos impactan en la identidad personal, así como la percepción de la injusticia en el mundo y los medios para combatirla.
Por eso, hoy hablaré de la nueva película del Caballero Oscuro, escrita y dirigida por Matt Reeves y protagonizada por Robert Pattinson, pero abordando un tema tan actual y tan universal que la cinta trata y que nos toca directamente: frente a la injusticia y la corrupción, ¿es mejor responder desde la venganza o desde la justicia?
¿Qué tiene que decirnos al respecto San Juan Pablo II?
Un momento, ¿Batman y San Juan Pablo II en un mismo post?
Sí, tal cual lo acabas de leer. Por cierto, si no has visto la película, conviene aquí poner una ALERTA DE SPOILERS.
Justicia y venganza: un cóctel explosivo.
La historia que nos cuenta Batman se sitúa en el segundo año de la carrera de Bruce Wayne como vigilante enmascarado.
Esto podría parecer al principio que es una película más de cómo Batman se convierte de vigilante a héroe (como en la cinta Batman inicia, de Christopher Nolan, estrenada en el año 2005), pero no se conforma con eso.
Desde el inicio Matt Reeves deja en claro al espectador que hay algo poco común en el retrato que nos presenta de Bruce Wayne: es un joven lleno de ira que aprovecha la noche para salir y romperles la mandarina en gajos a los maleantes, vestido con ropa especial que lo mantiene a salvo de las armas de fuego y que busca asemejarse a la figura de un murciélago, intentando atemorizarlos.
En una de las secuencias iniciales de la película, en donde Batman enfrenta a una pandilla que está a punto de golpear a un hombre, un rufián le pregunta a nuestro protagonista quién es; la respuesta, contundente y demoledora que da después de moler a golpes a dicho rufián, lo retrata metafórica y psicológicamente: “Soy Venganza”.
Batman es la personificación de la venganza: venganza por el asesinato de sus padres ocurrido frente a él, sin que las autoridades pudieran encontrar al responsable de sus muertes; venganza porque el sistema de justicia (que se supone debería garantizar la seguridad y la tranquilidad de inocentes como él) se ha corrompido hasta la médula y solamente protege al crimen organizado.
¿Dónde está la lógica en este mundo, cuando la corrupción, la delincuencia y la impunidad cobran víctimas a cada minuto?
Es por eso que Bruce siente la necesidad de hacer justicia por su propia mano y, así, lograr que el mundo tenga sentido, que los ciudadanos de Ciudad Gótica puedan seguir su ejemplo y combatir la injusticia.
Bruce Wayne asume a Batman como la herramienta con la que vengará la muerte de sus padres.
¿Eso lo tiene en paz?
Basta ver su rostro y su lenguaje corporal para saber que no es así; en efecto, da rienda suelta a la ira, pero eso no es suficiente porque el problema de fondo subsiste: la ira es en realidad expresión de un dolor nacido tanto del duelo como de la impotencia. No importa en realidad si cada noche muele a golpes a un delincuente o si logra impedir un crimen: siempre habrá más de un acto delictivo, siempre habrá delincuentes, y tal pareciera que siempre habrá violencia y muertes porque el mismo sistema (corrompido y corruptor) permite y protege su multiplicación.
Al buscar enfrentar y ayudar a la policía a capturar a El Acertijo, un terrorista cuyo objetivo es asesinar a los políticos corruptos que encabezan Ciudad Gótica, Batman aprenderá que la venganza no devuelve el equilibrio al mundo porque no puede conseguir la justicia. Al contrario, al contagiar a otros la idea de conseguir la justicia por mano propia, El Acertijo muestra sin piedad que la venganza puede ser el origen del caos: ¿no decía Gandhi que “ojo por ojo, y el mundo acabará ciego”?
La venganza y la misericordia en el mundo actual.
Así, mientras la película avanzaba y disfrutaba de ella con unas buenas palomitas, cómodamente sentado en la butaca de la sala del cine, me di cuenta que este asunto de la venganza y la justicia ya lo había leído antes, y no precisamente en una novela gráfica, sino en la encíclica Dives in misericordia de San Juan Pablo II, escrita en 1980.
En este documento, con el que Su Santidad nos habla acerca de la misericordia, explicándonos su desarrollo en los textos bíblicos y su aplicación en el mundo actual, tan necesitado de ella, San Juan Pablo II encuentra la relación que la misericordia tiene con la justicia y con la venganza, aunque esta no aparece mencionada tal cual. San Juan Pablo II nos advierte que
“No raras veces los programas que parten de la idea de justicia y que deben servir a ponerla en práctica en la convivencia de los hombres, de los grupos y de las sociedades humanas, en la práctica sufren deformaciones, [con lo que] otras fuerzas negativas, como son el rencor, el odio e incluso la crueldad han tomado la delantera a la justicia. En tal caso el ansia de aniquilar al enemigo, de limitar su libertad y hasta de imponerle una dependencia total, se convierte en el motivo fundamental de la acción” (No. 12)
El titulillo con el que el Papa nos brinda esta reflexión (“¿Basta la justicia?”) retrata, dolorosamente, las opciones tan duras que muchas personas enfrentan en su día a día en muchas partes del mundo.
¿Qué pasa cuando, ante la injusticia y el crimen, nos descubrimos sin la protección de las autoridades porque están asociadas al crimen organizado?
¿Puede la persona común y corriente confiar en que las autoridades harán realmente su trabajo y que la seguridad y la tranquilidad se verán garantizadas?
Escribo esta reflexión desde México.
En el que desde hace décadas las personas hemos sido decepcionadas por el pobre papel que desempeñan la policía, el poder judicial y las autoridades de todos los niveles de gobierno.
¿Cuántos padres de familia se encuentran buscando a sus seres queridos, vivos o muertos, en lotes baldíos?
¿Cuántos se han visto orillados a ser ellos mismos los que buscan información o recogen evidencias de los agresores/asesinos de sus hijos o hijas, los que buscan y (a veces) encuentran a los culpables?
O al revés, ¿Cuántas veces los mismos padres o familiares tienen que demostrar la inocencia de sus seres amados cuando la autoridad se muestra incompetente para hacer correctamente una averiguación de los hechos?
En una sociedad así, es difícil que conceptos como “justicia”, “equidad”, “derechos humanos”, “garantías constitucionales” o “valores” sean entendidos y aceptados.
Es comprensible (y a veces tolerado) cuando la misma sociedad lincha a los delincuentes: “ellos se lo han buscado; quieren hacernos daño, pues entonces ¡que enfrenten las consecuencias!” Las mismas personas, con miedo a sufrir algún asalto, a ser heridas o incluso asesinadas, se asumen como este Batman retratado por Matt Reeves y Robert Pattinson: son personificaciones de la Venganza, y cobrarán cuentas pendientes para asegurarse que la “justicia” sea impartida a como dé lugar.
Sin embargo, San Juan Pablo II nos alerta contra esta idea:
Esa no es la verdadera justicia. Es una “idea de justicia” deformada por la corrupción, ejemplificada por la ley del talión (“ojo por ojo y diente por diente”, que encontramos en los códigos legales de la Antigüedad: tanto en el Código de Hammurabi como en el antiguo Israel según Lv 24,17-21) y que, en lugar de buscar el equilibrio, solo sumerge a la sociedad en una espiral de violencia sin fin.
Eso mismo puede comprobar Batman cuando descubre el verdadero plan de El Acertijo: no es solamente matar a los funcionarios corruptos, sino a todos los políticos, a todos los empresarios que están coludidos con ellos.
A todos aquellos que pueden representar una amenaza y que con solo un disparo (o un plan demasiado fantasioso) pueden desaparecer por fin y conseguir una ciudad en paz (aunque en el proceso mate a una buena parte de los ciudadanos).
Batman, Jesús y San Pablo: vencer al mal con el bien.
Confrontado por todo esto, Batman descubre que no puede ser la encarnación de la venganza: ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre un criminal y un “justiciero”?
Un matón es un matón, aunque se esconda detrás de la idea deformada de “justicia” o empuñando un arma.
Es escuchando a la candidata a la alcaldía, durante el funeral de uno de las víctimas de El Acertijo, que Bruce Wayne descubre algo más: hay que combatir a la injusticia con otros medios.
Hay que ir al origen de la herida social y descubrir qué hay más allá de la violencia y la corrupción.
Lo cual, a su vez, es un eco de lo que enseñaba el mismo Jesús en el Sermón de la montaña:
Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente.» Pero yo les digo: No resistan al malvado. Antes bien, si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Si alguien te hace un pleito por la camisa, entrégale también el manto. Si alguien te obliga a llevarle la carga, llévasela el doble más lejos. Da al que te pida, y al que espera de ti algo prestado, no le vuelvas la espalda.
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y no harás amistad con tu enemigo.» Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores. (Mt 5,38-45)
San Pablo, en una sola frase, resume lo dicho por Jesús:
“No permitas que te venza el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21).
Esto, según San Juan Pablo II, ocurre cuando el ser humano practica la misericordia: “La auténtica misericordia es por decirlo así la fuente más profunda de la justicia. [… es] el amor [el que] es capaz de restituir el hombre a sí mismo” (Dives in misericordia, 14):
Es decir, el amor puede mostrarle al hombre su origen y su verdadera esencia, el que le da sentido a su vida y, a pesar de los tropiezos, lo impulsa a levantarse y seguir adelante.
Misericordia y justicia.
Siguiendo la encíclica de San Juan Pablo II, no están peleadas. La justicia busca restablecer el equilibrio en la comunidad, dando a cada quién lo que le corresponde. La misericordia busca devolverle al ser humano su dignidad como hijo de Dios para, así, ayudarle a levantarse del pecado y buscar ser mejor: con ello, el perdón es parte indispensable de la misericordia.
Sin embargo, y como nos los advierte Su Santidad, el perdón no anula la justicia:
“En ningún paso del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia para con el mal […] En todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje son condición del perdón” (Dives in misericordia, 14).
Quisiera decir que, al final de la película Batman se ha vuelto católico y ha dejado de golpear a los malos para “poner la otra mejilla”.
Por desgracia, Bruce Wayne no llega tan lejos en su camino de convertirse en un héroe, pero sí descubre que la justicia no puede obtenerse por la venganza, sino que puede generar esperanza.
Una ciudad tan desgarrada y herida por el crimen (al igual que su alma) solo puede comenzar su recuperación y sanación cuando decide adentrarse en la caridad, puede corregir el rumbo e inspirar a sus conciudadanos y sus dirigentes para buscar el sendero de la verdadera justicia que conduce a la paz, la esperanza y la equidad.
Precisamente, la anotación en el diario en el que Bruce lleva el registro de sus actos como justiciero, y con la que cierra la película, nos lleva a esta conclusión:
La ciudad está furiosa, llena de cicatrices. Como yo. Nuestras cicatrices pueden destruirnos, incluso después de que las heridas físicas hayan sanado. Pero si logramos sobrevivir pueden transformarnos, pueden darnos el poder para resistir, la fuerza para pelear.
Vivir el día a día intentando practicar la misericordia no es fácil, porque implica ver al prójimo, a todo prójimo (familiares, amigos, compañeros de trabajo, jefes, políticos, patrones, delincuentes, vagabundos, millonarios…) como si fuera yo.
Si cuando yo me equivoco espero que no tomen en cuenta solamente mis errores, sino mi capacidad de corregir el rumbo, es necesario que yo también dé esa oportunidad a los que cometen errores, a los que pecan, a los que delinquen.
Y tú, estimado lector, ¿practicas a diario la misericordia en todos los ámbitos de tu día a día, o te dejas llevar por el impulso de hacer justicia? ¿Evitas criticar a los demás, o eres de los primeros en señalar errores con otro fin que no sea para corregir?
Ante una equivocación, ¿intentas responder desde tu ser hijo de Dios, o te dejas llevar por el enojo y arrasas con quien se haya atrevido a equivocarse?
Busquemos vivir ejerciendo la misericordia. Repito: no es fácil, pero si lo hacemos estaremos poniendo nuestro granito de arena para vivir en una sociedad pacífica y más justa.
Que Dios misericordioso, rico en amor y perdón, nos ayude y nos guíe en nuestros esfuerzos.
Christian Sánchez.
PSICÓLOGOS CATÓLICOS.
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