Isidoro Bakanja
Nació en la república democrática del Congo, entre los años 1885 y 1887, no se sabe su fecha exacta de nacimiento, pues pertenecía a una tribu nativa.
Se crió junto con su hermano y hermana, en las tradiciones paganas animistas, es decir, una religión autóctona de África, politeísta, en la que se celebran diversos ritos y se practica principalmente el curanderismo.
En esa época el territorio se encontraba gobernado por el rey Leopoldo II de Bélgica y la mayoría de los nativos eran sometidos como mano de obra para los colonizadores Belgas.
Por lo tanto, Bakanja tuvo que trabajar desde pequeño como albañil o en los campos.
Del curanderismo a la santidad
Cuando tenía entre 18 y 20 años, conoció a los misioneros religiosos de la orden de la Trape, quienes después, lo instruyeron en la fe, y Bakanja, alcanzado por el amor de Cristo, decidió convertirse al catolicismo.
El 6 de mayo de 1906 fue bautizado y le tenía tanto amor a María, su Madre del cielo, donde efectivamente ese día, recibió entusiasmado el escapulario de Nuestra Señora del Carmen.
Seis meses después recibió la confirmación y al cabo de un año, su primera comunión. Cuán grande debió ser el amor y la verdad que descubrió en Jesús, que sin haberlo aprendido en casa se convenció de seguirlo.
Bakanja tenía un carácter noble y agradable, no discutía jamás, cordial con todos sin hacer ninguna distinción entre blancos y negros.
Poco después salió de su pueblo natal y consiguió trabajo como sirviente para un agente Belga llamado Longange Van Cauter, que poseía grandes plantaciones de caucho, quien por cierto, era ateo y detestaba todo lo religioso.
En especial el cristianismo porque los misioneros luchaban por la justicia y los derechos de los nativos.
Longange usaba el término “mon pére” que significa “mi padre” como una burla para referirse a toda persona, objeto o acto asociado con la religión.
El escapulario
Un día mientras Bakanja le servía la mesa, Longange notó el escapulario que le colgaba del cuello y le dijo enérgicamente que no quería volver a ver esa clase de “mon pére” de nuevo.
Algunos días más tarde, en febrero de 1909, se encontraban en el campo de trabajo cuando, Longange notó nuevamente el cordón del escapulario en Bakanja, así que completamente irritado ordenó que le dieran 25 azotes con uno de los látigos del lugar.
Con humilde sumisión, Bakanja soportó el castigo que no merecía, pero estaba decidido a no separarse jamás de su escapulario.
Tras recuperarse de las heridas, Bakanja siguió con regularidad su vida, muchos de sus compañeros, impresionados por su sensatez, lo eligieron como catequista, dicho apostolado.
Y sus ejercicios piadosos como la oración diaria, rosario, confesión y comunión frecuentes, los realizaba sin que interfieran en su vida profesional, pues en su trabajo era dinámico, atento y comprometido.
¡Impresionante! qué grado de humildad el de este joven, que a pesar de la injusta golpiza siguió sirviendo a su jefe, pero también sin dejar de ser fiel a Dios.
Los latigazos
Mientras era más respetado por los demás, el odio de Longange iba en aumento, así que le ata ambos pies con dos argollas metálicas cerradas con candado y unidas a un enorme peso, es el trato que da a los condenados a muerte.
Bakanja, valiente, le dijo:– «No te he robado. No me he acercado a tu mujer ni a tus concubinas… He hecho cuanto me has mandado… ¿Por qué quieres matarme?»
– «Cierra el pico, animal de «mon pére» – le contesta malhumorado Longange – voy a mandar que te azoten hasta matarte porque llevas esos trapos y enseñas oraciones a mis trabajadores.»
Y ordenó a uno de sus compañeros que le azotara con un látigo para domar a los elefantes, lleno de clavos sobre el cuero.
Así mismo, al ver que su compañero no lo hacía, él mismo se arrojó sobre Bakanja, lo tiró al suelo y le golpeó bárbaramente gritando:
– «¡Termina todo ese teatro! ¡No quiero ver más aquí esos trastos de «mon pére»»
Le arrancó el escapulario del cuello y lo tiró a su perro, para que lo destrozara. Bakanja, chorreando sangre por todo el cuerpo, gimió:
– «Blanco, estoy muriendo… piedad… Mamá, me muero.»
Un mártir de nuestra Iglesia
Finalmente, según los testigos, había recibido por lo menos doscientos golpes, Longange lo dejó atado, esperando que muriera desangrado.
Pero pronto recibió la noticia de que llegaría un inspector de la empresa y ordenó que lo llevaran a la otra aldea para esconderlo en un calabozo, donde las ratas le comían la piel.
¡Increíble! ¿sabes cómo fue capaz de soportar tanto?
Porque Jesús lo sostenía y le daba fuerzas muy superiores a las humanas, además la Virgen María le daba el consuelo que solo las madres saben dar, a través de su constante oración Bakanja estaba en comunión con ellos.
A pesar de todo, cierto día Bakanja consiguió escapar de los guardias deslizándose en la orilla del pantano, cerca del camino que conduce al embarcadero.
Permaneciendo siempre con el vientre pegado a tierra hasta encontrarse con Moyá, un criado del inspector Potama.
Quienes quedaron profundamente impresionados al verlo con la espalda surcada de llagas purulentas y fétidas, cubiertas de suciedad y gusanos.
El inspector decide llevarlo consigo y curarlo, pero Bakanja siente venir la muerte y dice a un amigo:
– «Si ves a mi madre, si vas al juez, si encuentras un sacerdote, diles que muero porque soy cristiano» –
El 24 y 25 de julio tuvo el gran consuelo de recibir la visita de los misioneros, mandó ponerse nuevamente el escapulario, se confesó, recibió la Unción de los enfermos y la Eucaristía.
A las preguntas de los misioneros, de nuevo dio cuenta de lo ocurrido con estas palabras:
– «El Blanco no amaba a los cristianos. No quería que yo llevara el hábito de María, el escapulario. Me insultaba cuando rezaba.»
El padre trató de consolarlo. Bakanja, reafirmó entonces su “fiat”, su plena adhesión a la voluntad de Dios:
– «No tiene importancia que yo muera. Si Dios quiere que viva, viviré; si Dios quiere que muera, moriré. Me da igual.»
Rueguen por los que los maltratan Lc. 6, 28
Asimismo, el padre desea exhortar también a Bakanja a que no nutra odio en su corazón, a que perdone al Blanco que lo ha maltratado, aún a rezar por él, devolviéndole bien por mal.
A lo cual Bakanja respondió:«No estoy enojado. Ciertamente, oraré por él. Cuando esté en el cielo, oraré mucho por él”.
Después de seis meses de agonía y oración, murió con el rosario apretado en su mano y el escapulario bien puesto en el cuello.
Mientras la iglesia celebraba la entrada triunfal de María a los cielos, el 15 de agosto de 1909.
Posteriormente, el 25 de abril de 1994, el papa Juan Pablo II lo beatificó, presentándolo al mundo como modelo de santidad.
Oración:
Querido Beato Isidoro Bakanja, tú que supiste soportar con paciencia el odio, la incomprensión, los golpes y humillaciones sin atentar contra tu fe, pero además imitaste a Nuestro Señor Jesús al haber perdonado a sus Verdugos.
Te pedimos que intercedas por todos los jóvenes que estamos leyendo o escuchando este post.
Para que con tu ejemplo defendamos valiente y humildemente nuestros valores y dogmas de fe, así como a perdonar a todos los que nos lastiman. Amén
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