Hablemos hoy de las parábolas de Jesús. Seguramente debió ser maravilloso escuchar de viva voz a nuestro señor Jesucristo.
Explicando lo que eran las virtudes y los peligros y las maravillas del Reino de los Cielos. Y el nuevo mandamiento del amor.
Se los explicaba continuamente, pero esto lo hacía con la gente más humilde, sin letras y sin preparación
En una época en la que solamente unos cuantos tenían acceso a las letras, y por lo mismo eran muy respetados y honrados como sabios y letrados.
Preparación que muchas veces ocupaban para manipular y sentirse superior a los demás.
Poniendo sobre las mentes y almas de estas personas sencillas, cargas pesadas tanto “que ni ellos mismos podían cargar”
Por esta razón nuestro Señor con mucha paciencia y sabiduría inventaba algunas maneras simples de explicar a esta gente lo que era.
Por ejemplo, El Reino de los cielos…El hijo pródigo… De la oveja perdida…La de la moneda perdida… La de las aves y los lirios.
La de la casa fincada sobre roca… La del sembrador… La de la levadura… La del tesoro escondido…la del siervo bueno y fiel …la de la higuera… La de los violadores, homicidas.
Y muchas parábolas más con las que el Señor, enseñaba a las personas de su tiempo y también nos enseñaba lo que era el reino de los cielos el cómo llegar a él siendo buenas personas.
Tengamos en cuenta que había que explicar y hacer entender a estas personas las cosas de Dios.
Hablarles de los misterios de Dios
Basta con recordar a un gran filósofo y teólogo como lo fue San Agustín de Hipona.
Quien se había dedicado durante mucho tiempo a estudiar e intentar explicar el misterio de la Santísima Trinidad del cuál escribió varios tratados.
Iba un día caminando por la playa y encontré a un hermoso niño que con una pequeña almeja corría hacia el mar.
La llenaba de agua y volvía hacia la orilla donde había cavado un pequeño pozo, el cual intentaba llenar con el agua que traía en la almeja.
A lo cual el santo le preguntó: ¿qué haces?, el niño respondió: Ah! pues quiero echar todo ese mar en este agujero.
Esta respuesta causó sorpresa en Agustín quien le replicó sonriendo que eso era imposible.
El niño le responde: es más fácil que meta el mar en este agujero, a que tú metas el misterio de la Trinidad en tu cabeza y desapareció.
Nuestro Señor sabe que el hombre está debilitado y dañado en su naturaleza por la concupiscencia que se origina en el pecado original y como consecuencia, limita su inteligencia, voluntad y libertad.
Una humanidad acosada por peligros y problemas graves pero que aún alberga una gran sed de Verdad.
Una humanidad acosada por el demonio que quiere que nadie se salve.
Hoy nos parece fácil entender la buena nueva anunciada por nuestro Señor.
Pero recordemos que en aquel momento histórico, el hombre y la mujer que escuchaban a Jesús, estaban debilitados y sin defensas sobrenaturales.
Porque aún no recibían la gracia que nos vino por la Redención.
Jesús no duda en explicarles, de una manera simple, sencilla y clara, para que entiendan, lo que es la verdadera libertad, la felicidad y la paz
Y por esta razón es qué inventa estas hermosas parábolas.
Nosotros en este siglo tenemos la riqueza inmensa, de la Iglesia que es Madre y Maestra.
A través del Magisterio nos va explicando todos los misterios, toda la riqueza de la doctrina cristiana, todas las verdades de fe.
Y nos ayuda a entender cuál es el camino y cuáles son las muletas y las escaleras que nos ayudarán a salvarnos.
Dentro de este gran magisterio, contamos con una larga lista de santos intelectuales y sabios de una enorme vida espiritual, que son para toda la iglesia luz y modelo a seguir.
Hoy tanto la filosofía como la teología nos ayudan a entender mejor qué es lo que creemos, a dónde vamos o de dónde venimos.
Las parábolas son Palabra de Dios dichas por el mismo Jesús, Dios y hombre verdadero.
Y cada vez que las escuches con atención y con fe esa Palabra de Dios no volverá al libro sin haber dejado en ti una nueva riqueza y enseñanza para tu vida.
Meditemos las parábolas como un tesoro hallados a la luz del Espíritu Santo, que Cristo nos dejó como el primer catequista que hablaba tanto entonces como hoy a los sencillos de corazón. Amén
Autor: Hector Hernández Jiménez