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La vida, un camino a la Eternidad

¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mc. 24, 8-36)

“La vida, un camino a la Eternidad”. En una sociedad orientada al tener, como lo dice Erich Fromm, destacado psicoanalista y sociólogo del siglo XX, en su libro “¿Tener o Ser?”.
 
El valor y sentido de la existencia humana está principalmente situado en la acumulación de posesiones materiales, un egocentrismo y hedonismo, que están llevando al hombre a una pérdida del sentido trascendente de su vida.
 
Resulta frecuente escuchar comentarios que hacen referencia a esto, en frases como: “cuanto tienes, cuanto vales”.
 
Así como modelos de vida que resaltan y sitúan principalmente la valía de la persona y el propósito de su vida, en alcanzar altos puestos laborales, fama, dinero y con ello, poder acceder a una “buena vida”, centrada en la comodidad, disfrute de lo material y un vivir exclusivamente para sí mismo y sus caprichos.

Después de todo, se nos dice: “solo se vive una vez y hay que gozar lo que se tiene” 

Visiones como esta no solo nos alejan de la concepción cristiana sobre el valor y sentido de la existencia humana.

También deforman nuestra conciencia para poder alcanzar un pleno despliegue de nuestras capacidades intelectuales, afectivas y espirituales.
 

Paradójicamente, mientras el hombre se aferra más a su ego y posesiones, en búsqueda de su felicidad, más fugazmente ve pasar sus días, quedando desencantado y vacío.

Afortunadamente en el transcurso de la historia de la humanidad, han existido y siguen habiendo hombres y mujeres que dan un testimonio de amor, solidaridad y autenticidad en su vida cotidiana.

Padres y madres de familia que son ejemplo de una entrega total, profesionistas y trabajadores, que viven su trabajo como un auténtico apostolado de servicio al prójimo. Jóvenes heroicos que son modelos de virtud y fieles testigos de Cristo.

Sacerdotes y religiosos que vencen todas las adversidades para poder llevar la palabra de Dios a los confines del mundo.

Sin embargo, la lucha entre el amor y el egoísmo, la avaricia y la generosidad, el respeto a la dignidad del hombre y el poder desmedido, son dilemas enraizados en la naturaleza humana.

Pero también lo son nuestra capacidad de discernir entre el bien y el mal, de amar) y ser solidarios, de elevarnos sobre nuestros instintos para afirmar nuestra libertad y dignidad, de ser conscientes y responsables de nuestra vida y su sentido divino.

La vida, es un camino a la Eternidad

San Agustin de Hipona enfrentó estos dilemas existenciales en su juventud. Fue seducido por las vanidades del mundo, buscando llenar su sed de infinito con los placeres, la soberbia y el poder terrenos.

Más Dios le abrió su corazón, para poder encontrarlo donde Él habita en cada ser humano, nuestro interior, como nos dice este gran santo:

“Tarde tel amé, Belleza tan antigua y tan nueva! Tarde te amé! Estabas dentro de mi, y yo estaba en el mundo fuera de mi… Tu estabas conmigo, pero yo no estaba contigo”.

Sin duda, nuestra vida terrena es efimera, solo unas cuantas líneas en la historia del hombre en la Tierra.

Y, efectivamente, es nuestra única oportunidad, pues “vida solo hay una”, pero no para vivir alocadamente, ahogarnos en placeres, acumular cosas materiales y adorar a nuestro ego.

Nuestra vida, ante todo es un regalo de Dios, que se nos da como única oportunidad para alcanzar la vida eterna, para la que fuimos creados.

Nuestra vida es el único tiempo de que disponemos para aprender a dar, a compartir y a amar.

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Un camino a la Eternidad

Por lo tanto, es crucial que reflexionemos sobre el sentido de nuestra existencia, para poder tener conciencia de que con nuestra muerte, se acaba nuestro tiempo para rectificar los errores, para perdonar, para dar, para afirmar el bien y la verdad, sobre el poder y seducciones del mal, que nos asechan tras una apariencia de felicidad.

Tengamos presente que nuestra sed de felicidad y vida, solo puede ser colmada plenamente en Cristo, que por su gran amor hacia nosotros se hizo hombre y camina entre nosotros.

Alegrémonos, pues no estamos solos en el camino hacia la eternidad, Cristo nos acompaña, sostiene y guía, dando un auténtico sentido redentor a nuestra existencia de cada día, con sus alegrías y sufrimientos, éxitos y fracasos.

Por más dificultades que enfrentemos, seamos valientes y decididos para alcanzar la vida eterna. Guardemos en nuestro corazón, lo que el Beato Juan Pablo II, nos dijo en uno de sus mensajes: “Confien en Cristo.

Abran sus corazones de par en par a Cristo. No tengan miedo. Sean generosos, quien da poco, cosechará poco. El que da con generosidad recogerá cosecha abundante…”.

Autora: Adriana Servin Figueroa

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