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Frente a la ola cada vez más grande de divorcios y de uniones libres…

¿Te has preguntado si tu matrimonio es rico en amor?

¿Si el matrimonio realmente es el culpable? ¿No será acaso que tenemos las manos tan llenas que no podemos abrazar a nuestro cónyuge?

¿Recuerdas el día de tu boda? ¿Ese día donde Dios te llamó a vivir un sacramento?

Recientemente me topaba con una noticia que me provocó mucha tristeza.

Según los datos que arrojó el censo realizado el año pasado, tal parece que los mexicanos prefieren más vivir en unión libre que en matrimonio. Si de por sí estas son malas noticias, además, los divorcios están al alza.

A diferencia del año 2000, en donde había 7.4 divorcios por cada 100 matrimonios, el año pasado se registraron 31.7 divorcios por cada 100 matrimonios.

¿Por qué ocurre esto?

Hoy en día muchas personas ya no quieren casarse porque buscan su satisfacción personal primero: como la vida en pareja es sumamente exigente, buscan cumplir primero sus metas.

O al revés, las parejas se divorcian porque encuentran que su alianza no les sirve para cumplir sus objetivos: es más fácil decir “lo intenté, pero no funcionó”, que analizar lo que pasa.

Esto me recordó una canción de Joaquín Sabina que retomaba un poema de Pablo Neruda:

Amo el amor de los marineros que besan y se van.
Dejan una promesa, no vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera;
los marineros besan y se van
Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar…

Este poema evoca una triste realidad pues hoy en día el matrimonio ha perdido tanto valor que los jóvenes ya no quieren casarse porque no creen en el matrimonio; pareciera que no existe el compromiso: es más fácil vivir en unión libre pues, si no funciona con él o ella, alguien más llegará, o alguien más, o alguien más… 

Esta visión es muy pobre para alguien que está llamado a amar, es una realidad muy triste, sin embargo:

En el matrimonio, Dios siempre tiene la última palabra.

Este día me topaba con la cita del joven rico (Mc 10,17-22): sí, aquel muchacho que se acercó a Jesús preguntándole: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”. 

Jesús le recuerda los mandamientos y le dice que cumpla con ellos. El joven le contesta: “Maestro, todo eso lo he practicado”.

Ustedes tal vez se preguntarán: “¿pero qué tiene que ver mi matrimonio con esta cita, si le conozco y trato de cumplir con los mandamientos?”.

Me centraba en la pregunta del joven pues creo que su intención al cumplir los mandamientos era ser feliz, tal vez de una manera egoísta. 

Tal vez cumplía con los mandamientos pero no los interiorizaba: igual que cuando a uno lo invitan a una fiesta y le sirven un buen mole y, al comerlo, pensamos: ¿y si lo hago en mi casa?

Puede que “me quede muy bien”, pero cuando lo hacemos nos damos cuenta que no nos quedó tan sabroso como el de la fiesta. ¿Qué será lo que falta?

Al joven rico cumplir con los mandamientos le genera insatisfacción pues aún no ha encontrado lo que busca. 

Matrimonio

Recordaba una conversación con un conocido en la que él expresaba que el tener a Dios en el matrimonio no solo es “me caso por la iglesia y ya está”, sino que ese casarse y mantenerse unido a Dios es un arte. 

Al igual que el mole del que les comentaba líneas atrás, el matrimonio requiere su esencial ingrediente que es Dios:

Requiere la sazón que solamente le puede dar el amor, la paciencia, la misericordia, el respeto; todo ello dará sabor a nuestra vida matrimonial, invirtiéndonos cada día en este proyecto de Dios y, por añadidura, lo disfrutaré.

Frente a esa necesidad de ser feliz, Jesús le hace una invitación: “anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. ¡Siguiendo a Jesús el joven podrá ser feliz! 

Si te prometen que serás feliz si haces lo que te dicen, ¿a poco no lo harías?

¡Por supuesto que sí, de cabo a rabo! Pero el joven no quiso: “abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes”.

En estas últimas palabras (“tenía muchos bienes”) está la respuesta a lo que pasa con los divorcios y las uniones libres.

¿Por qué es más fácil “marcharse entristecido” y romper una unión que, al inicio, prometía ser para siempre, que “vender todo” y seguir a Jesús, comprometerse en nuestro matrimonio? 

Porque las personas tienen las manos tan llenas abrazando tesoros, sus riquezas, sus ideales, sus apegos, sus metas (mi dinero, mi coche, mi familia, mi ropa…) que, cuando se dan cuenta, no tienen espacio en los brazos para abrazar a su esposo/esposa. 

Tal parece que piensan de la siguiente manera: “Vivimos juntos, pero primero está mi satisfacción personal, mi crecimiento y desarrollo, y si no los consigo, y si tú me estorbas para conseguirlos, no tengo problemas en decir que mi matrimonio no funciona y me divorcio”.

¿Será que en serio el matrimonio ya pasó de moda? ¿O será que somos ricos?

Sí: ricos en soberbia, en egoísmo, en individualismo, en egocentrismo. Millonarios de envidia. Jesús le decía al Joven rico: “ve, vende todo lo que tienes”. 

Tal vez nosotros no tenemos mucho económicamente hablando, pero hay mucho que nos sobra para poder ser la ayuda adecuada de mi esposo/esposa.

Dios mira con amor a nuestro matrimonio, a nuestra familia. 

Dios no apuesta porque seamos uno más en la lista o un matrimonio que se vive a medias: Él nos quiere plenos, felices. ¿Tú te sientes pleno o feliz?

 Si tu respuesta es no, ¿Qué te falta vender para serlo? Revisa en tu interior y descubre qué es aquello que no te permite vivir en plenitud.

Descubre qué es lo que aún no te permite vivir el matrimonio que has soñado: pueden ser miedos, carácter, ideales, apegos… 

Pídele al Señor que te enseñe a descubrir lo que necesitas vender y deja que en el silencio, que en la oración, Jesús te muestre sus caminos.

Cuando Dios nos llama a vender lo que tenemos, no es porque nos quiera quitar algo: al contrario, ¡Él te llama para que aprendas a ser libre y, en esa libertad, puedas elegir y amar de verdad!

Vivir un buen matrimonio es posible pero es preciso optar y elegir.

Dice en Mateo 6,24: “Nadie puede servir a dos amos: necesariamente amará a uno y odiará al otro, o bien, cuidará a uno y despreciara al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero”.

Un matrimonio necesita:

Cimentarse sobre roca firme: necesitamos hacer de Cristo tanto nuestra piedra angular como el arquitecto de nuestro matrimonio. 

Dios no está peleado con el éxito: lo que quiere es que no vivas por vivir, sino que vivas en plenitud.

Desgraciadamente el Joven rico se dio la vuelta y se fue muy triste y no se volvió a mencionarle en las Escrituras. 

Que tu matrimonio no sea como ese joven que se va porque tiene muchas riquezas; que tu matrimonio sea capaz de vender todo aquello que impide avanzar porque, soltándolo todo, lo encuentras todo.

Recuerda que, si estás pasando por algún momento de dificultad o de crisis; existen profesionales (Psicólogos Católicos), que pueden acompañarte en el proceso y ayudarte a trabajar en ello.

Un Psicólogo Católico es un profesional de la Psicología, con un enfoque científico, fundamentado en la antropología cristiana-católica.
y juntos construir un Felices para siempre.

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Hagamos oración por ti.

Gracias Padre bueno porque no te cansas de buscarnos como aquel joven rico. Te acercas, nos llamas, nos invitas a vivir en plenitud. Queremos pedirte por el matrimonio de quien está leyendo éste post y por todos los matrimonios en dificultad, para que guiados por ti, recuerden el sueño que tienes con sus vidas y con sus matrimonios. Amén.

Si quieres hacer oración por alguien más, visita nuestra sección Pide y haz oración por otros. 

Si deseas conocer más sobre el sacramento del matrimonio, te invitamos a que leas el Catecismo de la Iglesia Católica en su Artículo 7, Número 1601 y siguientes.

Gisela Domínguez.